Las contradicciones fueron las que, precisamente, reconstruyeron la Cultura, un sector maltratado que ya venía vacunado contra todas las pandemias
Soy uno de los siete mil millones de seres humanos que parasitan el planeta Tierra. De todos ellos, solo el 10% tenemos la suerte de vivir en eso a lo que llaman el primer mundo, que es algo así como la suite de lujo en un hotel egoísta con vistas a un vertedero. Me quedan bajos el nivel de aro y el umbral de pobreza; y nunca voy a morir de Ébola o cruzando el Atlántico en un cayuco”.
Así comenzaba un artículo que escribí hace ahora casi una década en alguna sección de cultura de algún periódico cuyo redactor jefe, sin lugar a duda, arriesgaba demasiado dejándome publicar tantas estupideces en un solo párrafo. Y que conste que no hay nada que me parezca tan mediocre como eso de citarse a uno mismo, a menos que sea, claro está, por aquello de hacerte dueño y admitir tus propias contradicciones. Por eso, la razón de empezar con esta atrevida autoreferencia, es dejar patente el hecho de que hoy no queda absolutamente nada de cierto en todo que decía en esa columna, salvo eso de que el ser humano sigue siendo, en general, un parásito de mierda.
Hoy somos dos millones menos por culpa de una pandemia bastante menos exótica que el Ébola pero que, como todas las pandemias, se llevó por delante a quienes menos lo merecían; el primer mundo sigue siendo un hotel egocéntrico, pero al que cada vez le quedan menos habitaciones con vistas porque cada vez hay menos cosas que ver. Mi primo el ERTE me enseñó que el nivel de paro y el umbral de pobreza no me quedaban tan lejos como creía. Y entre una cosa y otra, me convertí en epidemiólogo como media España y me enteré de cómo es en realidad un cayuco.
Tras el inicio de la crisis y la posterior cancelación de giras, festivales y cualquier tipo de evento relacionado con la música, la industria musical, que tenía anticuerpos, hizo lo que ya había hecho tantas veces: reinventarse
En medio de toda esta declaración de principios, supongo que ahora es cuando me gano un par de enemigos más si digo eso de que no creo que a la Cultura le haya pasado lo que a mí y a medio mundo. En realidad, no creo que haya cambiado tanto. Sus contradicciones fueron las que, precisamente, reconstruyeron a un sector maltratado que ya venía vacunado contra todas las pandemias. Antes del Covid-19, la mitad de los españoles afirmaba no acudir a los museos por falta de tiempo, por lejanía o mala comunicación o por el elevado precio de las entradas. Lo curioso es que, entre todas esas razones para no visitarlos, también estaban las de preferir hacer otros planes, la más absoluta falta de interés o mi preferida y la más triste de todas: no tener con quién ir. Como si fuera una obligación ir acompañado a un museo. De hecho, la mitad de Madrid no había visitado nunca el Museo del Prado. Pero tampoco los cines, los teatros o las salas de exposiciones de la capital y del resto del país, presumían de grandes colas antes de la pandemia; o colgaban cada fin de semana cartel de sold out. Sin embargo, una encuesta reciente realizada por TUI Group Musement –vete a saber quiénes son– concluye que más de la mitad de los españoles ha realizado una visita virtual a un museo o exposición durante la crisis sanitaria, que es bastante más de las veces que los visitaban antes.
Yo me dedico a la música desde hace veinte años y en todo este tiempo, he visto cómo la industria musical se vacunaba contra todas las pandemias. Y no con una vacuna cualquiera sino unade tres y efectos secundarios demoledores: la piratería, los viernes de Rajoy y el 21% del IVA cultural. Es más, para cuando el mundo se confinó, a nosotros ya nos costaba una vida entera llenar un teatro y dos un estadio.
Por eso, tras el inicio de la crisis y la posterior cancelación de giras, festivales y cualquier tipo de evento relacionado con la música, la industria musical, que tenía anticuerpos, hizo lo que ya había hecho tantas veces: reinventarse. Por ejemplo, según la Billboard, la música latina sigue imparable a pesar de la Covid-19, porque solo en el primer trimestre de 2020, los ingresos de esta industria aumentaron cerca de un 20%, gracias, principalmente, a los servicios de streaming. Otro ejemplo: las plataformas como Spotify o YouTube ya representan el 96% del mercado de la música latina. Básicamente, porque 500 millones de consumidores, ese sector de público cautivo que dirían los cretinos del marketing, pasaron de no poder comprarse un disco a escucharlo con un solo clic y, por el camino, se cargaron a un montón de intermediarios que convertíamos la Cultura en industria cultural.
Dicho esto, y sin que parezca que un servidor tenga previsto añadir a este ladrillo más lecciones de sinceridad de las que usted se merece, se me ocurren varias conclusiones: la primera es que entre tanto genocidio cultural, al final siempre queda, de una manera u otra, el autor, el creador o el artista, es decir, la Cultura. Por otro lado, también perdura siempre el público, que al final siempre consume cultura (por lo menos a esa parte a la que no le aburre). Esa es, precisamente, la segunda de las conclusiones: las formas de consumo cultural pueden cambiar tanto de un día para otro que, cada vez que lo ha hecho, se ha llevado por delante a la mayoría del tejido cultural. Quizás porque nuestro primer error siempre ha sido no diferenciar entre Cultura e industria cultural y el mío, en concreto, es no haber aprendido a cantar o a tocar la guitarra en vez de sacarme dos carreras y un master…