La prensa impresa, lastrada por la pérdida de publicidad, se acerca a la desaparición y no sabe capitalizar la gran demanda de información generada por la pandemia
Las malas noticias suelen ser buenas noticias para los medios de comunicación. No es políticamente correcto reconocerlo, pero, más allá del drama humano que provoca cualquier suceso desgraciado, en las redacciones son bienvenidos acontecimientos como un atentado terrorista, una guerra, un incendio forestal o un fenómeno meteorológico adverso. Y la razón no es que los periodistas seamos unos seres miserables que nos regocijamos en el dolor ajeno, sino que estos hechos imprevistos suscitan una demanda de información que actúa como generador de un consumo masivo de medios de comunicación.
La pandemia provocada por la COVID-19 cumple como fabricante de información. Y lo hace con una ventaja añadida: la enfermedad y sus consecuencias van a estar de máxima actualidad durante un largo período de tiempo. ¿La razón? Es un tema que no aburre por las constantes sorpresas que genera un virus tan desconocido y, además, abarca múltiples campos informativos más allá del estrictamente sanitario: del político al educativo, pasando por el deporte, la cultura… En definitiva, como generador casi infinito de noticias provoca una demanda de información a la que no debería haber sido ajena la prensa escrita, aunque la estricta pulcritud obligue a llamarla ahora prensa impresa.
Aquí se incluye, obviamente, la prensa regional, más cercana y próxima, que debía decirnos qué estaba –y qué está– pasando en nuestra ciudad o nuestra Isla. Así que tras años de crisis en unas redacciones cada día más esqueléticas y desmotivadas, la pandemia trajo condiciones idóneas para generar un consumo masivo de información. Y por un doble motivo: a la demanda de noticias –o gráficos, opiniones y fotografías– se unía, en la mayoría de los potenciales lectores, mucho tiempo libre, sobre todo en los períodos de severo confinamiento en la intimidad –y muchas veces, en la soledad– del hogar. Y también, gastado el comodín de la visita a la farmacia o al supermercado, muchas ganas de salir a la calle.
Así que, sobrando argumentos para coger 1,20 euros y caminar hasta el kiosco en busca del periódico, la realidad resultó menos idílica. Y cuando el mundo dejó de girar (o casi) en marzo de 2020, lo que pudo haber sido una bendición para La Provincia, Canarias7, El Día y Diario de Avisos, los cuatro periódicos que –tras el cierre de La Opinión de Tenerife en abril de 2019– sobrevivían en el Archipiélago, se convirtió en una pesadilla. ¿La razón? La economía se impuso otra vez al periodismo. Y antes de que los diarios pudieran capitalizar la mayor demanda informativa, una brutal caída publicitaria –un descenso superior al 40% en abril de 2020– provocó despidos parciales o regulaciones de empleo.
Y así, el posible círculo virtuoso que podría traer la COVID-19 dejó paso a un círculo vicioso que se ha saldado con un adelgazamiento de las plantillas –escondido, de momento, bajo la figura de los ERTE– y una pérdida de calidad informativa, pese al titánico esfuerzo desarrollado por los escasos supervivientes que quedaron en unas redacciones sin medios y con jornadas extenuantes tanto para la tropa periodística como para los mandos. Y lo que es peor: por el camino, el periodismo y los medios tradicionales –que con sus errores, ideas políticas, filias y fobias aún son la mejor referencia informativa– perdieron su batalla contra el sensacionalismo, la falta de rigor o, directamente, la mentira.
Y eso que ya en los primeros días de confinamiento la propia FAPE [Federación de Asociaciones de Periodistas de España] apoyó la medida de la Asociación de Medios de Información de ofrecer sus contenidos de forma gratuita “para dar una información veraz y contratada a los ciudadanos”, al tiempo que se unía a los editores al reclamar al Gobierno de España “un plan de ayudas específico para los medios de comunicación, condicionado al mantenimiento del empleo”. Y sí, las televisiones privadas recibieron 15 millones de euros, pero los periódicos no tuvieron igual suerte. Y ya en otoño de 2020, y en espera de la segunda ola de la enfermedad, el paisaje que se vislumbra no invita al optimismo.
La situación es dramática en el Archipiélago, con una ventas de 35.836 ejemplares diarios entre todos los periódicos canarios en una comunidad con 2.174.474 habitantes
Eso sí, el mal no es endémico de Canarias. Ni de España. En Gran Bretaña, The Guardian anunció en julio 180 despidos, mientras que la revista The Economist prescindía de 90 empleados. Y en Francia, La Marseillaise fue puesto en liquidación judicial, Le Parisien eliminó sus ediciones regionales (amén de medio centenar de empleos) y L’Equipe, la biblia del periodismo deportivo, le redujo salarios y días libres a sus empleados. Y en Estados Unidos, un tótem como The New York Times despedía a 68 empleados en una crisis que también tocó a páginas webs y radios. Un ejemplo: BBC Radio eliminó 520 puestos de trabajo de un total de 6.000, principalmente en sus programas regionales.
Insuficiente crecimiento digital
En medio del apocalipsis, hay que admitir un notable crecimiento de la lectura de prensa digital: en marzo de 2020, las visitas a las páginas web de los principales diarios generalistas digitales españoles aumentaron un promedio del 34% respecto al mes anterior en usuarios únicos… pero la situación se estabilizó a partir de abril, según los datos de la OJD (Oficina de Justificación de la Difusión) Interactiva. Y aunque el Informe 2020 del Instituto Reuters no oculta que la pandemia “ha acelerado casi sin lugar a dudas la transición hacia un futuro 100% digital”, este incremento de tráfico digital no compensa la caída de las ventas en papel y el desplome de la facturación publicitaria.
La poca fiabilidad de las cifras aportadas por los propios diarios no ayuda a consolidar la publicidad en el modelo digital. La diferente operativa de medición utilizada por Comscore y la OJD Intercativa arroja en algunos casos cifras que difieren en más de un 50%, lo que unido a los datos internos que manejan los propios medios –a través de Google Analytics– permite que varios diarios se puedan considerar líderes de forma simultánea. En Canarias, en España o en el mercado sobre el que desean actuar [jóvenes, deportistas, aficionados de un equipo de fútbol, seguidores de determinada ideología…]. Y a partir de ahí, airean su liderazgo en una autopropaganda que genera dudas en los anunciantes.
Más fiabilidad aportan las cifras de suscriptores digitales, aunque los modelos difieran en un abanico de atractivas ofertas al que también se suman los periódicos canarios. En todo caso, los datos ofrecidos en septiembre de 2020 por varios gigantes nacionales invitan al optimismo. Así, El Mundo presumía de “superar los 50.000 suscriptores digitales al corriente de pago, diez meses después del lanzamiento de su producto Premium”, mientras El País alardeaba de “tener 110.000 suscriptores tras lanzar su modelo de pago digital” y recalcaba que “los 64.200 nuevos abonados exclusivamente digitales, en solo cuatro meses”, situaban al diario como “líder del mercado de la prensa en España”.
Parece por tanto que puede haber futuro para los periódicos, pero no para el papel. De hecho, antes de que la COVID-19 provocara un destrozo que se cuantificará en los primeros meses de 2021, las cifras de la OJD correspondientes a 2019 eran un anticipo de la desaparición del periódico impreso pese al ligero repunte (+161) experimentado en la difusión de El Día, que creció hasta los 8.571 ejemplares diarios, favorecido por la absorción de un competidor, La Opinión de Tenerife, que cerró sus puertas en abril de 2019 con un difusión algo superior a las tres mil unidades diarias. Eso sí, los cuatro supervivientes canarios manejan cifras que apenas suponen un tercio de lo que vendían hace una docena de años.
La situación es dramática en el Archipiélago, con una ventas de 35.836 ejemplares diarios entre todos los periódicos canarios en una comunidad con 2.174.474 habitantes. Y más allá de constatar el secular déficit cultural –y económico– que sufren las islas, también sería buen momento para entonar un mea culpa y preguntar por las razones de ese desapego hacia lo que no deja de ser una seña de identidad de nuestra tierra. Un distanciamiento que no se refleja, por ejemplo, en Euskadi, que con una población similar (2.219.77 habitantes) reparte 110.932 ejemplares diarios, con liderazgo de El Correo (53.640) en Vizcaya y El Diario Vasco (41.063) en Guipúzcoa. Y eso, sin contar Gara, fuera del control de la OJD.
También deberían provocar sonrojo la comparación con Navarra, comunidad con apenas 660.887 habitantes, menos de un tercio de los existentes en Canarias, que sin embargo cuenta con dos cabeceras, Diario de Navarra (26.388) y Diario de Noticias (9.989), cuya difusión conjunta totaliza más ejemplares que todos los periódicos canarios juntos. Hasta la deprimida Asturias, con apenas un millón de habitantes, presume de la pujanza de La Nueva España (32.218) y El Comercio (12.848). Y en otros territorios también hay grandes periódicos regionales, con una difusión utópica para nuestros rotativos. ¿Ejemplos? La Voz de Galicia (57.539), El Heraldo de Aragón (24.813) o el Faro de Vigo (22.398).
La caída en las ventas se refleja incluso en el siempre generoso EGM (Estudio General de Medios), que constata una progresiva pérdida de lectores de prensa en el Archipiélago. El descenso es menos acusado en los periódicos tinerfeños –que aún así no absorben los treinta mil lectores que dejó huérfanos La Opinión de Tenerife– y es especialmente cruel entre los medios nacionales, incluyendo los diarios deportivos o económicos, que en algunos casos pagan el hecho de haber prescindido de su ediciones regionales o de las páginas especiales dedicadas a Canarias… y en otros reflejan el simple hecho de haber dejado de venderse en las Islas por el alto coste que suponía.
Esta desatención de las ediciones regionales ha hecho que caiga la difusión de los gigantes nacionales y, quizás, que en 2020 nadie supere la barrera de los cien mil ejemplares. De hecho, en 2019 sobrepasaron esa simbólica cifra El País (110.386) y el deportivo Marca (100.063), mientras La Vanguardia (88.254), el deportivo As (86.370), El Mundo (80.719), ABC (68.128), El Periódico (54.009) o La Razón (51.585) hace tiempo que cayeron por debajo de esa cota. Mientras, la prensa económica mantiene su pulso por el liderato, pero con cifras tan famélicas [Expansión (19.343) y Cinco Días (17.439)] que invitan a temer la desaparición del color salmón de los kioscos.
Y todo ello, conviene recordarlo, antes de que la pandemia le diera un golpe ¿definitivo? a un sector herido de muerte.