Aunque 2020 nos puso a prueba como personas, como ciudadanos y como profesionales, estamos ahora en condiciones de reflexionar sobre nuestra asombrosa capacidad de adaptación
El año 2020 fue para todos, y para todo, un periodo tan extremadamente distinto que puso a prueba los cimientos de lo que somos como personas, como profesionales y como sociedad. La pandemia irrumpió sin permiso en nuestras vidas forzándonos a contemplar de súbito como la actividad personal, económica y social paraba en seco. Es evidente que ni como particulares ni, en mi caso como profesional de la abogacía, estábamos preparados para eso ni para lo que se nos venía encima.
Las personas tendemos a buscar una cierta regularidad que nos permita funcionar a cualquier nivel con márgenes de seguridad aceptables y capacidades de organización e improvisación optimizadas en nuestras vidas personales y profesionales. Para una abogada esto es especialmente importante porque tenemos que conciliar la atención directa a nuestros clientes con las agendas judiciales y unos estrictos plazos procesales mediante un complejo sistema de vencimientos, citas y señalamientos.
Para mayor complicación, por mi labor como miembro de la Junta del colegio de abogados, a mi actividad profesional como letrada se añadió la representación y defensa de los intereses profesionales de miles de compañeros en la misma situación. Poder prever con cierto margen lo que tendremos que hacer para que las cosas salgan, para que la vida fluya es fundamental para lograr cierta seguridad en nuestras vidas y en las vidas de nuestros clientes y compañeros de profesión.
Todo este equilibrio inestable en el que estábamos acostumbrados a funcionar se rompió en el mes de marzo de 2020. La palabra que definiría lo que ocurrió en aquel momento fue caos, un caos que debíamos controlar rápidamente para que la sociedad pudiera seguir contando con nuestra labor, más importante si cabe aún que en tiempos de normalidad.
De un día para otro, el segundo fin de semana de marzo de 2020, toda la sociedad en su conjunto se paralizó de repente, todo aquello que teníamos previsto se suspendió. Nuestras seguridades se convirtieron en máximas incertidumbres. De repente el mundo paró en seco y nos vimos sorprendidos en todos los ámbitos de nuestra vida personal, social y laboral. Ni las calles esperaban vaciarse de vehículos, de gente, de ruido.
Los meses de confinamiento nos demostraron que la conflictividad social no se incrementó como se hubiera podido prever y que fuimos capaces de reconducir el primer impacto hacia la normalización de la actividad
La declaración del estado de alarma del 14 de marzo fue un acontecimiento inédito en nuestras vidas, en la historia de nuestro país y del mundo y nos cogió a todos completamente desprevenidos. De forma súbita, derechos y libertades tan básicas como la libertad deambulatoria o el libre ejercicio de la actividad comercial quedaban limitados y el ordenamiento jurídico mutaba sustancialmente a partir de entonces a base de decreto ley urgente. Cada día surgía una adaptación normativa para regular lo que estaba aconteciendo y los juristas nos veíamos obligados a estar actualizados a golpe de boletín diario.
Para los profesionales de la Abogacía el reto de seguir funcionando y prestando nuestro servicio a la sociedad se convirtió inmediatamente en la prioridad. De repente, nuestra actividad como abogados cobraba una especial relevancia en un contexto en el que, especialmente la seguridad jurídica parecía ponerse en peligro. De un día para otro tuvimos que ver cómo hasta el simple acceso a los edificios judiciales se convirtió en una dificultad sobrevenida por las circunstancias.
En todos los ámbitos del ejercicio de mi profesión como abogada tuve que adaptarme inmediatamente a unas condiciones completamente desfavorables y en tiempo récord todos tuvimos que mantener nuestra presencia y nuestra actividad al servicio de la sociedad.
Si la crisis nos conmocionó como un evento desastroso que nos descoloca de forma súbita, también nos demostró que íbamos a generar los recursos imprescindibles para desarrollar con la máxima normalidad entonces posible nuestra actividad vital, tanto en los ámbitos personales como profesionales. Los meses de confinamiento nos demostraron que la conflictividad social no se incrementó como se hubiera podido prever en hipótesis y que fuimos capaces de reconducir el primer impacto hacia la normalización de la actividad.
Con las dificultades logísticas del momento, la actividad profesional se mantuvo sin discontinuidad alguna, aprendiendo a manejar las video reuniones como jamás habíamos hecho hasta entonces. Todos descubrimos que se podía teletrabajar y mantener la actividad en las distintas facetas profesionales y particulares, los niños recibían clases virtuales y las vistas se restablecieron por videoconferencias.
Comprobado que todo podía retomarse, no dejamos nunca de mantener viva la actividad colegial y profesional, a pesar de que las dificultades logísticas eran diarias y generaban una atención permanente a la búsqueda de recursos y soluciones. En nuestro recuerdo queda ya, no solo la búsqueda de mascarillas y geles hidroalcohólicos para colegiados, sino la propia necesidad de exigir el acceso libre a las sedes judiciales.
Vuelta a empezar
Ganada una cierta normalidad con el paso de las semanas nuestra actividad empezó a recuperar niveles de funcionamiento muy parecido a los del primer trimestre de 2020. Con la implementación de las primeras medidas de control sanitario en todos los centros de trabajo nuestra presencia se fue haciendo cada vez más normal. Como abogados empezamos a tomarle el pulso a las consecuencias económicas y sociales que afectaban ya de lleno a nuestros clientes.
En todos los sectores había consecuencias específicas del parón de la actividad económica y social y empezaba a notarse en las demandas que nuestros clientes nos planteaban. Empezamos a ver como la solvencia económica previa de muchas personas mutaba en carencia inmediata y en situaciones de quiebra económica de sociedades mercantiles, empezábamos a tomar el pulso a la crisis económica.
También en el ámbito de las relaciones personales habría consecuencias directamente imputables al confinamiento. Situaciones de violencia contra la mujer de repente habían quedado silenciadas por la imposición del confinamiento y procedimientos de divorcio habían quedado en unos casos demorados y en otros precipitados.
En el ámbito de mi participación en la actividad colegial supe enseguida que los medios telemáticos nos permitirían retomar con relativa facilidad nuestra actividad corporativa. Una de mis responsabilidades colegiales, en el ámbito de la formación cobró nuevamente un rápido impulso. Gracias al desarrollo de las aplicaciones tecnológicas telemáticas y la adaptación de todo el colectivo retomamos pronto las actividades formativas, aspecto que consideramos esencial para nuestro desarrollo profesional. Esta rápida adaptación a las nuevas metodologías ocasionó paradójicamente un aumento de nuestra actividad y nuestras agendas se llenaron de vídeos reuniones y cursos de formación. Tanto es así que, a mitad de año, tuvimos que afrontar el periodo de elección de una nueva Junta colegial y se hizo con la mayor adaptación posible a las nuevas circunstancias y absoluta normalidad.
Un reto sin precedentes
Aunque el año 2020 nos puso a prueba como personas, como ciudadanos y como profesionales, estamos ahora en condiciones de reflexionar sobre nuestra asombrosa capacidad de adaptación. Desde la última Guerra Mundial, Occidente no se había enfrentado a una situación parecida. La normalidad y la prosperidad europea en la que estamos acostumbrados a desenvolvernos parecía en riesgo de diluirse peligrosamente. Con la perspectiva de los meses hemos puesto a prueba nuestra capacidad de resiliencia y superación.
Hoy podemos decir, sin temor a equivocarnos, que somos más fuertes y estamos mejor preparados que aquel 1 de enero de 2020 en el que ni imaginábamos la catástrofe que íbamos a tener a afrontar. Aunque seamos conscientes de los daños sanitarios y patrimoniales que esta pandemia nos ha dejado, sabemos con certeza que hemos aprendido a ser mejores profesionales incorporando a nuestra experiencia la convicción de ser capaces de adaptarnos. Nos toca afrontar el futuro reconstruyendo todo aquello que la pandemia ha podido destruir. Sabemos que la economía volverá a florecer y nos permitirá retomar el desarrollo social al que todos aspiramos permitiéndonos la reconstrucción de negocios y la senda del bienestar.
Toca también dejar una señal de duelo por todos los fallecidos en esta dolorosa pandemia, un duelo que nos permita madurar, desde el dolor por quienes no han sobrevivido, la capacidad de valorar la vida y todo aquello que nos parece tan normal y que de un día a otro estamos siempre a riesgo de perder. En ello consiste vivir con madurez y conciencia de ser.