La apuesta por una ciudad verde e inclusiva

La densidad; el espacio cuidador, con singular atención a la vivienda; y la puesta en valor del espacio público son retos del Urbanismo tras la pandemia

Los árboles son prisioneros del espacio, pero no del tiempo. Su sueño, que es eterno, los libera del tiempo. En él no crecen los sentimientos como en el sueño de los animales, ni nacen imágenes como en el sueño de los seres humanos. (…) A los árboles las personas les parecen eternas”. (Un lugar llamado Antaño, Olga Tokarczuk, Anagrama 2020)

El Urbanismo se refiere a la construcción de la ciudad. Al diseño urbano, las normas, los procedimientos de coordinación entre agentes implicados, la adecuación funcional. Pero, sobre todo, el Urbanismo se refiere a los lugares en los que se desarrolla la vida, la vida colectiva, y por tanto a las personas, sus demandas y ambiciones.

“Poner la vida en el centro” se ha convertido en los últimos meses, tal vez, en la proclama que mejor expresa los enfoques y debates que sobre la ciudad se han multiplicado, frente a la zozobra de la emergencia sanitaria y la inquietud, que ha pasado a caracterizar el latido del mundo. “Poner la vida en el centro”, es, por lo demás, el eslogan central del Ecofeminismo; no es, por tanto, una nueva expresión surgida frente a la pandemia y sus consecuencias. Por eso es doblemente significativa de lo que en la actualidad acontece. Por una parte, sintetiza los objetivos más relevantes a impulsar, pero también señala apuestas y elaboraciones previas, que se muestran ahora más evidentes y, por tanto, cuentan con la oportunidad de traducirse en acciones a corto y largo plazo, que aportarán nuevos matices.

Las crisis clarifican, y también acentúan, los déficits y desequilibrios. Es de ese modo en que pueden ofrecer nuevas oportunidades, en tanto que aceleran la transformación de las conciencias, donde reside la capacidad para impulsar y afrontar transformaciones sociales esenciales. Así, la pandemia de Covid-19 señala, por una parte, el problema central, la creciente desigualdad, cada vez más inasumible; al tiempo que los desafíos más relevantes de la sociedad actual, como el calentamiento global y la crisis de la democracia, junto a la incidencia de la inteligencia artificial. Por tanto, se revuelven en la actualidad las reflexiones y acciones respecto de la gobernanza global, la cooperación internacional, el sistema económico-financiero, la interrelación entre territorios, el cuidado de la naturaleza, la ciencia, la tecnología y el bien común.

La pandemia de la Covid-19 señala el problema central, la creciente desigualdad, cada vez más inasumible; al tiempo que los desafíos más relevantes de la sociedad actual, como el calentamiento global y la crisis de la democracia

En ese marco de revisión y redefinición se sitúan asimismo el Urbanismo y la Arquitectura, cuyo objeto es la construcción del espacio físico, cuya relevancia en nuestras vidas se ha visto ahora subrayada, en plena consolidación de la Era Digital. Podrían señalarse tres bloques de cuestiones en que se sustentan los debates y propuestas actuales: la densidad, inherente a la idea de ciudad; el espacio cuidador, construido sobre la participación, con singular atención a la vivienda, y la puesta en valor del espacio público, con el verde como cualidad esencial a restaurar.

Espacios y dotaciones adecuados

La densidad es una de las condiciones tradicionalmente vinculada a la idea de ciudad, que, junto a tantos otros conceptos, habrá de redefinirse en atención a los nuevos modelos urbanos, que en el próximo medio y largo plazo deberán abordarse. La densidad está vinculada a lo colectivo, a la interacción, a la amalgama social. También a la acertada gestión de los recursos, en particular del consumo de suelo, junto al cuidado medioambiental, aspectos que en una isla resultan más explícitos. Ahora bien, la densidad debe incorporar condiciones espaciales y dotacionales adecuadas, que garanticen condiciones de cuidado y confort para la vida de sus habitantes. Porque el problema se plantea no en la densidad, sino en la congestión y el hacinamiento. De lo que derivan dos objetivos imperativos: solventar el desigual derecho a la ciudad, al tiempo que superar la inadecuada relación con la naturaleza.

Es el momento de retomar visiones globales, de revisar la propia idea de ciudad, de proponer estrategias generales que permitan jerarquizar las acciones a abordar, y, por ende, programar las inversiones, que como consecuencia de situaciones tan excepcionales como la presente pueden tener el riesgo de limitarse a solventar momentos coyunturales y reducirse a acciones superficiales o inconexas.

Desde la Arquitectura y el Urbanismo deberán proporcionarse nuevas síntesis que, en todo caso, deberán responder a acuerdos sociales. Porque la revisión disciplinar e instrumental que se precisa respecto de la construcción de la ciudad sólo será posible a partir de dos condiciones: la atención a la biodiversidad como valor esencial del territorio y del espacio urbano y la participación efectiva de todos los agentes implicados, en particular de la ciudadanía.

El verde ofrece una múltiple oportunidad para abordar la regeneración urbana. Aporta unas condiciones de articulación territorial excepcionales, enriqueciendo la relación entre espacio urbanizado y ámbitos rurales y naturales; contribuye a la mejora de las condiciones de salud para la población y, además, aporta incomparables cualidades de confort y adecuación espacial. La biodiversidad no es una cualidad externa a la ciudad, debe y puede constituirse en una de sus principales estructuras.

La sociedad está preñada de diversidad. Por tanto, es imprescindible reunir la variedad de aspiraciones y demandas que realmente respondan al avance hacia una ciudad inclusiva e igualitaria. Este enfoque se deberá traducir en múltiples niveles, desde la confección de la información al permanente contraste entre escalas urbanas, en un ejercicio de máxima diafanidad y colaboración entre administraciones y servicios públicos, pero, ante todo, instrumentalizando fórmulas de participación efectivas. La reivindicación de una ciudad cuidadora ha pasado a ser una demanda, con implicaciones evidentes en el modelo urbano, donde el derecho a la vivienda y la disposición del entorno cercano constituyen el centro de atención.

La vivienda del futuro

El confinamiento y, en general, la actitud ante la vida resultante del riesgo de pérdida de la salud, han mostrado la necesidad de redefinir las condiciones de habitabilidad de las viviendas. Discusión que incluye cualidades básicas como el valor de la luz y la ventilación, y otras más actuales, como la dimensión y los tipos de organización adecuados a las estructuras familiares y a las necesidades derivadas de formas y momentos diversos de la vida de cada persona.

Asimismo, el cuidado, como condición básica del espacio que habitamos, alude a la vida cotidiana, pilotada tradicionalmente por las mujeres, cuya implicación en la participación pública resulta esencial.

El espacio público ha ofrecido las imágenes más distópicas de los últimos meses, ciudades vacías. “Lo que está pasando” ha acercado a cada cual la vivencia de su entorno próximo. Cómo es cada calle, la plaza cercana, los árboles que acompañan el paseo cotidiano, las oportunidades y servicios que ofrece cada barrio. En algunos casos, tal vez haya significado el descubrimiento de cualidades antes ignoradas. Pero en muchos otros, se ha puesto en evidencia que el barrio no responde, que la calle no es adecuada, que no hay plaza, o incluso, que no hay casa.

En síntesis, el debate actual sobre la ciudad y la arquitectura apunta transformaciones de calado, que precisan la revisión de conceptos y modelos. Pero lo excepcional es la asunción de la necesidad del cambio, donde el cuidado de la vida en su diversidad de condiciones constituya el objetivo central. Se cuenta con líneas de trabajo en marcha en las últimas décadas. Será el futuro el que mostrará el resultado de este singular momento de ebullición, que ninguna ciudad o territorio deberían desaprovechar.

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