Múltiples factores con diferente peso en el resultado final parecen explicar el renovado ‘atractivo’ de la ruta atlántica, que enlaza África con el archipiélago canario
Dos mil veinte será otro hito destacado en la memoria migratoria de Canarias, debido a la significativa intensificación de la afluencia de personas por vía marítima y su coincidencia con la propagación de la pandemia debida al virus SARS-CoV-2. Desde el año 2006 no se registraban cifras tan elevadas de embarcaciones interceptadas en alta mar o recalando en el litoral o en los puertos isleños. De hecho, el año concluyó con el registro de 23.023 personas recibidas, el 18,2% del periodo documentado que se inició en 1994. A ellas habrá que sumar un número indeterminado de viajeros que nunca logró llegar al archipiélago y que permanece en el océano, como silente testigo de la tramposa ruta atlántica.
Noviembre de 2020 hizo revivir momentos pasados, al tener que atender a más de ocho mil personas en unas circunstancias de escasa previsión, buena parte de ellas concentradas durante un tiempo más o menos largo en una precaria e improvisada instalación en el muelle del recinto portuario de Arguineguín, al sur de Gran Canaria. Más de cinco mil habían llegado el mes anterior; y ya desde 2018 existían indicios de la reactivación de esta corriente migratoria, particularmente visible desde el último cuatrimestre de 2019. Todo ello sin disponer de un sistema de acogida mejor dimensionado y estructurado; y con las dificultades añadidas por la COVID-19, que hacía complejas las soluciones a las que se acudió quince años atrás, básicamente centradas en rápidas derivaciones a la Península y devoluciones a los países de origen o tránsito migratorio.
Se repetía la historia, pero en un contexto bastante diferente. Y, además, en pleno proceso de debate sobre las políticas migratorias y de asilo de la Unión Europea, junto al papel reservado a sus regiones meridionales en la gestión —contención, sería un término más adecuado— de los flujos migratorios y de las personas demandantes de protección internacional, en particular procedentes del continente africano u oriente próximo. Canarias registra ese año de 2020 el 57,4% de las personas llegadas a territorio español y el 35,1% de las expediciones, puesto que, es significativamente mayor el número de personas que embarcan en cada patera o cayuco con destino al archipiélago (31 de media), pese a que las travesías casi siempre son muy peligrosas.
Canarias se ha convertido en un territorio de referencia para conocer y comprender las migraciones internacionales y sus efectos, ya que que concentran desplazamientos de distinta naturaleza, motivaciones e implicaciones
Múltiples factores con diferente peso en el resultado final parecen explicar el renovado atractivo de la ruta atlántica, que enlaza las costas occidentales africanas con el archipiélago canario. Algunos coyunturales, como el mayor control en las rutas más próximas que se organizan a través del Mediterráneo, el ascenso de la inestabilidad políticas y las dificultades económicas en países emisores, en este último caso y en buena medida también influidas por la expansión de la pandemia. Otros estructurales, como la relajación en los esfuerzos de cooperación en el control de las áreas de partida, localizadas en las costas africanas, junto a los crecientes inconvenientes para que los países de origen resuelvan aceptar las devoluciones de sus nacionales.
Y como apuntan determinados autores y autoras que han analizado este tipo de fenómenos a través de la lente de las teorías migratorias, como Dirk Godenau y Ana López Sala, debido también a factores propios que explican la consolidación y el crecimiento del protagonismo de las rutas durante un periodo determinado de tiempo. Es lo que se conoce como causación acumulativa y pone el acento en la creación y comunicación de información sensible acerca de cómo construir los proyectos migratorios, el establecimiento de estructuras organizativas que facilitan los desplazamientos y el efecto de los vínculos que se mantienen con familiares y amistades en los lugares de destino a través de las redes migratorias.
La ruta atlántica es sumamente peligrosa, según señalan muchas personas y organizaciones especializadas, en particular cuando las salidas se alejan en sentido meridional, con frecuencia hasta Mauritania y Senegal, porque la distancia que deben salvar las expediciones es enorme y las condiciones del mar no son las más favorables para la navegación de embarcaciones que no fueron concebidas para realizar este tipo de traslados. Y así, por ejemplo, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) a través de Missing Migrant Project (MMP), se han contabilizado 1.079 fallecimientos entre los años 2018 y 2020. Los datos ofrecidos representan estimaciones mínimas de la enorme tragedia que se registra de manera permanente en el brazo de mar que separa el continente de las islas.
El Plan Canarias, promovido y presentado por el Gobierno del Estado hacia finales de 2020, ha supuesto una respuesta de urgencia ante la carencia de un modelo de acogida migratoria afianzado, definido además desde la confluencia de múltiples actores en la región en conexión con la administración estatal y las instituciones europeas, y que, asimismo, responda con garantías al estratégico papel que continuará desempeñado el archipiélago como territorio de tránsito migratorio. Debe dar paso a un renovado sistema de acogida y tránsito, que pueda aportar soluciones y beneficios tanto a las personas que protagonizan la movilidad, como elementos de valor al contexto social que está llamado a desempeñar un rol más activo en su construcción y gestión.
Canarias multicultural
La afluencia de personas migrantes por vía marítima supone una de las múltiples manifestaciones de los procesos migratorios que tienen incidencia en Canarias. De hecho, no es el principal canal que aporta nuevos habitantes a la región, puesto que el mayor número de llegadas se produce de manera regular y es el que deriva en un asentamiento más estable de una población que ha crecido en heterogeneidad a lo largo del tiempo, al ampliarse sus procedencias y diversidad. La inmigración marítima trae al archipiélago sobre todo a personas que aspiran a trasladarse a otras comunidades españolas e incluso países europeos, por lo que, a medio y largo plazo, deja una débil huella en sus estructuras socioeconómicas y paisaje humano.
Con todo, Canarias es una de las comunidades autónomas españolas con mayor incidencia de la población de origen extranjero, cifrada en 440.107 personas en 2020, tanto en términos absolutos (se sitúa sólo por detrás de otras cuatro regiones, a saber, Cataluña, Madrid, Comunidad Valenciana y Andalucía), como en términos relativos, puesto que supone una quinta parte de sus habitantes, concretamente el 20,2%, por detrás solo de Baleares (24,2%) y Melilla (23,4%) y casi al mismo nivel de Madrid (20,5%) y Cataluña (20,4%). Si la población del archipiélago constituye el 4,6% del total estatal, la fracción de las personas nacidas en otros países se eleva al 6,1% de las más de siete millones empadronadas en España en la fecha antes citada.
La inmigración ha contribuido al crecimiento de la población regional de manera significativa en los últimos veinte años, puesto que, el asentamiento de personas de origen extranjero supone las tres cuartas partes del incremento del padrón de habitantes entre 2001 y 2020. La aportación natural o vegetativa al incremento de la población de las islas se ha ido reduciendo de manera progresiva, dependiendo el impulso demográfico, cada vez más, del ritmo de llegadas desde el extranjero, afluencia que ha conocido un periodo de intensificación sin precedentes en la región en las últimas décadas. Larga etapa en la que se ha asistido también a una mayor feminización de la inmigración, representando ahora las mujeres el 51,5% de los efectivos nacidos en otros países.
En cuanto a la procedencia de las personas inmigrantes, se ha intensificado la afluencia de extracomunitarias, debido, especialmente, al ascendente atractivo laboral de esta parte del país, siendo las naturalezas americanas las que más han aumentado en los últimos años y son mayoritarias en el momento actual (49,5% en 2020). Luego se encuentra la población europea (35,8%), cuyo asentamiento ha estado motivado tanto por su implicación en el desarrollo económico de la región, como por el creciente atractivo de las islas para la instalación de extranjeros, a partir de las excelencias de su clima y de las facilidades existentes para la adquisición de alojamiento en lugares de ambiente favorable. Como ya se destacó, es exigua la representación de la población de origen africano en el archipiélago (9,2%) y en un orden todavía menor se encuentra la de ascendencia asiática (5,4%).
Las islas se han convertido además en un territorio de referencia para el mejor conocimiento y la comprensión de las migraciones internacionales y sus efectos, debido a que concentran desplazamientos de distinta naturaleza, motivaciones e implicaciones, siendo una cuestión que se encuentra de manera permanente en el discurso público y el debate social que tiene reflejo en los medios de comunicación. Supone sin duda un enorme reto gestionar la creciente diversidad humana y cultural existente en Canarias, especialmente en una coyuntura, agravada por la pandemia, que ha devuelto al planeta a una situación de adversidad todavía próxima a la memoria de la anterior etapa de crisis general. Por ello, debe ponerse el acento en el avance hacia la construcción compartida y consolidación de marcos de inclusión, cohesión social y convivencia intercultural.