Desde el muelle de Arguineguín al campamento de Las Raíces: la crudeza del viaje en pateras y cayucos por la ruta Atlántica
Cuando en el 2006 Canarias vivió cómo cerca de 30.000 personas llegaron hasta el Archipiélago, todavía no estaban tan extendidos los móviles como ahora, que ejercen de notarios de cada una de nuestras vidas. Las de las casi 30.000 personas que en 2020 llegaron hasta Canarias a bordo de pateras y cayucos, también.
El horror de la gestión del Puerto de Arguineguín (Mogán, Gran Canaria), puerta de entrada de muchos de las primeras personas migrantes que llegaron hasta Canarias durante aquellos primeros meses, provocó un incendio administrativo inaudito hasta ahora entre la política en Canarias: los responsables de aquel ayuntamiento, Cabildo y Gobierno de Canarias se revolvieron de sus asientos al presenciar cómo casi 3.000 personas permanecieron hacinadas, al sol y sin un lugar apropiado para ser acogidas. La estrambótica orden para que aquellos migrantes que quisieran ir hacia Las Palmas de Gran Canaria desde el sur auspiciada por la alcaldesa nacionalista de Mogán, Onalia Bueno, fue uno de los hitos de la vergüenza: decenas de personas quedaron abandonadas a su suerte en pleno centro de la ciudad, frente a la Delegación del Gobierno dirigida por el socialista Anselmo Pestana con la ayuda de los vecinos que pasaron la noche junto a ellos proporcionándoles comida, mantas, ropa y un grito contra la gestión de todos: aquello no se podía permitir.
Por entonces, el ministro de Migraciones, José Luis Escrivá, había aterrizado en las Islas para presentar el Plan Canarias. En noviembre aseguró que se habilitarían desde aquel momento y, rápidamente, 7.000 plazas para migrantes, la mayoría de ellas en Tenerife, aunque también en Fuerteventura y Gran Canaria. Los dos grandes centros –que siempre recalcaron que iban a ser provisionales– se ubicarían en el antiguo cuartel de Los Rodeos (La Laguna, Tenerife) y también en el de Las Canteras (La Laguna, Tenerife). Ambos fueron ya utilizados para este fin, pero su estado era tal que obligó a aplicar una reforma en profundidad de los dos espacios.
Las Raíces fue un epicentro de continua tensión. La convivencia entre decenas de nacionalidades era difícil en los hoteles según reconocen los trabajadores de Cruz Roja, pero en el campamento terminó por explotar
Hasta entonces, todas las personas migrantes habían sido testigo de su propio destino desde los hoteles habilitados para su acogida. La crisis sanitaria provocada por el Covid-19 no solamente ha atravesado las vidas de los canarios sumergiéndolos en una crisis social y económica sin precedentes; esa misma crisis es la que ha desembocado en la llegada de personas como Abdú, taxista y guía turístico en Senegal. Siempre aspiró a conseguir un mejor futuro, pero el coronavirus remató su situación hasta el punto de tener que embarcarse en una patera arriesgando su vida. Acabó en un hotel en el centro de Santa Cruz de Tenerife, como también le ocurrió a Dadoo. Él era pescador, pero cada vez se hacía más complicado vivir de ello después de los grandes acuerdos de pesca europeos para la zona. Ellos son sólo dos ejemplos de los centros que tuvo que gestionar la Cruz Roja, organización a la que las administraciones encomendaron la imposible tarea de acoger a quienes, simplemente, querían continuar su viaje migratorio hacia el continente.
“Somos cuatro trabajadores por turno para 300 migrantes”, llegó a reconocer una empleada que no tenía tiempo para ninguna de las funciones para las que había sido contratada. “Hay un déficit tan fuerte de otras necesidades administrativas, sociales y médicas que no podemos aportar realmente para lo que estamos”, afirmó. La organización “está sobrecargando a los profesionales de trabajo e intentan que sean los voluntarios quienes ayuden” dice indignada porque cree que, a pesar de que tienen “otras habilidades”, advierte de que “no son los perfiles adecuados para la situación que estamos afrontando”.
Los primeros migrantes que llegaron a Las Raíces en el marco del Plan Canarias afrontaron un panorama desolador: en plena alerta por nieve en Tenerife, viento y frío y unas condiciones meteorológicas completamente adversas en el campamento, llegaron las dos primeras guaguas con ochenta personas en su interior. Corría el mes de febrero y ni tan siquiera se había terminado el campamento. La entrada era un completo barrizal y las casetas blancas con la estampa en la puerta de la Unión Europea dejaba traspasar el frío por el suelo. Los periodistas sólo pudieron captar desde fuera el momento en el interior del campamento gestionado por la organización humanitaria Accem, intentando hacerse un hueco entre las ramas de los árboles, los edificios y las vallas que nunca, desde ese día y hasta ahora, han sido traspasadas por un periodista, a pesar de las continuas peticiones.
Desde entonces, Las Raíces fue un epicentro de continua tensión. La convivencia entre decenas de nacionalidades era difícil en los hoteles según reconocen los trabajadores de Cruz Roja, pero en el campamento terminó por explotar: las peleas provocaron la intervención de la Policía Nacional en multitud de ocasiones después de que aquél mismo primer grupo de migrantes decidiera que ese no podía ser su lugar de acogida.
Era un grupo de marroquíes. Decidieron avanzar hacia la primera parada de transporte público, a cerca de un kilómetro. Ven el aeropuerto delante todos los días. El despegue de los aviones desde la pista del Aeropuerto de Los Rodeos actuaba como una continua tortura para quienes su único objetivo era avanzar hacia el encuentro con familiares o amigos ya asentados, sobre todo, en la Península o en Francia.
No tenían muchas pertenencias. Tampoco hablaban español. La Policía Local de La Laguna trató de amortiguar el impacto que iba a suponer tener a cerca de un centenar de personas en medio de la carretera, al frío y sin un lugar donde comer. “En La Laguna no hay albergue, en Santa Cruz todas las plazas están ocupadas, lo más adecuado ahora mismo es que vayan a comer al centro y después se lo plantean a la ONG que está gestionando todo esto”.
La paciencia y el virtuosismo del comisario del equipo de policías del municipio consiguió que todos regresaran tras convencer a Abdelel. Él actuaba como portavoz. Sabía algunas palabras de español: “Muchos no tenemos pasaporte, llegamos aquí porque la situación del Covid-19 complicó mucho más las cosas en Marruecos”, explica Abdelel. “Sin familia, sin dinero, sin trabajo. Los que estamos aquí queremos buscarnos la vida, llevamos cuatro meses aquí entre Tenerife y Las Palmas”, explica otro de los jóvenes. “Marruecos es peligroso. Queremos ir a Málaga, Valencia, Granada, Murcia o Alicante, pero a Marruecos no queremos volver”.
Entre las reiteradas manifestaciones por una acogida digna –no disponían de agua caliente durante ni tampoco de wifi- varios grupos de apoyo compartían su tiempo para enseñarles español, entretenerlos e, incluso, brindarles apoyo y asesoramiento legal. Algunos han conseguido despegar hacia sus destinos en avión o zarpar en barco gracias a la ayuda desinteresada de letrados que los acompañaron en sus embarques. A la mayoría de los que lo hacían solos, se les requerían los papeles e, incluso, se le requisaban los pasaportes según llegaron a afirmar abogados de estos grupos.
Las imágenes del interior del campamento llegaban hasta Senegal y los países de la costa occidental africana. Las condiciones en las que estaban siendo retenidos todos ellos, mientras se producía un silencioso, discutido y opaco proceso de derivaciones a otras comunidades autónomas, frenó poco a poco la llegada de migrantes. Sin embargo, la Administración en Canarias afrontó otro de los grandes problemas que subrayó la incapacidad para gestionar una crisis humanitaria que se llegó a comparar con Lesbos: las pruebas radiológicas no se gestionan con rapidez y muchos menores de edad – dependientes de la Consejería de Derechos Sociales del Gobierno de Canarias– convivieron durante meses en los hoteles con adultos.
Los grupos de apoyo que crearon un asentamiento en el exterior del campamento de Las Raíces desencadenaron una oleada de críticas que terminó en manos del fiscal delegado de Menores de la Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife. Hasta ese campamento del municipio de La Laguna se iba a trasladar a un grupo de 69 personas desde Puerto de la Cruz. Manuel Campos ordenó paralizar cualquier traslado sin que estos no fueran acompañados de un certificado que acreditase su edad.
Esta es la historia que pudieron contar a través de sus móviles. Esa es su herramienta de conexión con el mundo que dejaron atrás, huyendo de la guerra, el hambre y la pobreza, pero con la mirada anclada en un futuro esperanzador desde Europa hacia el deseo de retornar hacia sus países. Sin embargo, 24 personas fueron halladas muertas a la deriva en una embarcación que se alejaba de Canarias unos 500 kilómetros al sur de El Hierro. Tres de ellos eran bebés. Sólo sobrevivieron otros tres. La crudeza del viaje en pateras y cayucos por la ruta Atlántica se graba para siempre en las más de dos mil personas que nunca consiguieron usar sus móviles ante la actitud impasible de Europa que observa de lejos un problema que a pesar del grito desesperado de la frontera sur, sólo sigue elevando la muralla de unas islas que, desafortunadas, ahora son cárcel. También para quienes intentarán este 2021 llegar hasta las Islas. A pesar de todo.