Las reglas del oficio, la supervivencia del periodismo

La desaparición del modelo de negocio sustentado en la completa o casi completa gratuidad para el consumidor, que había sido posible merced al volumen de ingresos publicitarios y a su propia existencia, ha llevado la incertidumbre económica al sector

La pertinaz pero amable solicitud de la APT para comparecer en este Anuario ha logrado por fin que exprese y –como ahora se dice– comparta estas modestas y deseo que breves reflexiones, sobre las vicisitudes político-periodísticas (y viceversa, no exactamente equivalente: periodístico-políticas) de los últimos veinticuatro meses, transcurridos desde el casi principio del verano de 2019 hasta este casi principio del otoño de 2021, en que las escribo, con la esperanza de que tengan algún interés y algún sentido.

En mi caso, lo primero es dar las gracias.

En este tiempo he debido comparecer unas cien veces, más o menos, para transmitir cada semana las decisiones y acuerdos del Gobierno de Canarias. Además, han sido otros muchos los requerimientos de los medios para acudir a sus antenas o galeradas, físicas o virtuales, y dar respuesta a sus demandas de información, o para exponer el punto de vista o la posición política o administrativa del Gobierno sobre los asuntos públicos, y también los asuntos de la consejería que desempeño, objeto ella misma del asiduo interés de medios y periodistas.

Volviendo a lo primero: debo agradecer a todos la atención y la paciencia, la buena educación, el oficio y la inteligencia con las que –a mi juicio– han escuchado y luego retransmitido las intervenciones regulares del portavoz y consejero, que ha tratado de corresponder, en la medida de sus posibilidades, con iguales modos y maneras.

Al mismo tiempo, y por otro lado, esta proximidad frecuente y habitual ha permitido disponer de una especie de antena giratoria o periscopio desde donde puede intentar observarse el panorama de los medios y de los periodistas de Canarias.

Y mi impresión es que el panorama no es muy distinto del que cabe encontrar en otros lugares y quizá un poco en todas partes, aunque sí es posible hallar algún trazo grueso o más grueso que en otros sitios al retratar aquel panorama general. 

Dicho sin pretensiones o, más bien, con la pretensión de someterlos al escrutinio público, algunos de esos rasgos que me parecen comunes o similares a los que hay en el mundo del que formamos parte, aunque no sean los únicos y otros habrá, acaso tanto o más importantes.

Si nunca fue la prensa lugar de muchas seguridades laborales, ahora no se habla de la falta o escasez de seguridad laboral, sino de su inexistencia o desaparición

En primer lugar, es visible la debilidad o fragilidad de muchas cuentas de resultados de la actividad empresarial en el mundo periodístico. La desaparición del modelo de negocio sustentado en la completa o casi completa gratuidad del producto para el consumidor final, que había sido posible merced al volumen de ingresos publicitarios y a su propia existencia, ha llevado la incertidumbre económica al sector, que se pregunta por su propio futuro mientras trata de construirlo destruyendo aquella tradicional gratuidad o baratura de la adquisición del periódico o del acceso a sus contenidos o a los de los medios audiovisuales, mediante la reserva del acceso a los contenidos digitales a quienes paguen por ellos. Algunos, con mejor suerte o más habilidad o mayor capacidad financiera, resisten, sobreviven e incluso logran obtener resultados positivos, pero parece que casi ninguno logra despejar la sombra de aquella incertidumbre esencial. Otros, no pocos, malviven, y otros perecen, a veces sin darse cuenta de su propio óbito.

La consecuencia inmediata de tal zozobra o una de sus más frecuentes consecuencias es el deterioro de las relaciones laborales, a las que obligada o mecánicamente se traslada enseguida aquella incertidumbre económica y empresarial: si no la tengo para mí, dice acaso no sin alguna o mucha razón la empresa, no puedo dártela a ti. Acabáronse o limitáronse entonces los puestos en plantilla, los sueldos fijos, los empleos duraderos… Si nunca fue la prensa lugar de muchas seguridades laborales, ahora no se habla de la falta o escasez de seguridad laboral, sino de su inexistencia o desaparición. La proliferación de falsos autónomos, la contratación temporal o precaria, las retribuciones por producto o por las piezas producidas –a mi juicio hiriente traslación de expresiones cinegéticas– y no por la dedicación o por la producción habitual, permanente y continua… y otros elementos parejos a lo anterior, presentes y frecuentes en la realidad laboral actual de los periodistas dan, a veces, la impresión de haber convertido al periodismo en una suerte de profesión liberal, en la que sus practicantes deben obtener uno a uno sus ingresos de cada uno de sus clientes, cada vez que les prestan un servicio.

Causa y efecto de ello es, en buena medida, la digitalización de los medios y la progresiva desaparición de los soportes físicos, y la aparición y proliferación de medios exclusivamente digitales y, sobre todo, de la utilización de las redes sociales como medio de transmisión de noticias, de relato de sucesos y de expresión de opiniones políticas o manifestaciones sobre la actualidad. Si las noticias y las opiniones se transmiten mediante las redes, ¿qué utilidad cabe esperar de los medios de comunicaciones propiamente dichos, es decir periódicos (incluso digitales), radios y televisiones? Si cualquiera es o puede ser y titularse periodista y cualquiera es o pretende ser empresario, ¿qué espacio queda para quien perciba el periodismo y la comunicación como actividades que requieren unas capacidades y habilidades singulares y específicas, que no cabe llamar sino profesionales, y una organización propia de la actividad empresarial?

La respuesta no puede ser, aunque a veces parece que lo está siendo, también entre nosotros y también a veces con trazo grueso, la generalización de la estridencia ni la incursión en el sensacionalismo o en la frivolidad.

Al contrario: incluso en competencia con las redes o, mejor dicho, aprovechándolas, los profesionales y las empresas que quieren seguirlo siendo pueden, y muchas lo hacen, esforzarse en hacer notar la diferencia entre las fuentes de información fiables y aquellas otras que, como la falsa moneda de la copla, de mano en mano va y ninguno se la queda. 

No quiere decirse que las redes sociales no puedan ser vehículo o fuente fiable de noticias verdaderas. Al contrario, se me ocurre la cita de algunos comunicadores que a través de las redes generan información inmediata, fiable y útil de manera, a mi juicio, impecable. No es, por tanto, el medio el que impide o dificulta hacer bueno y verdadero periodismo, sino el mal periodismo el que prostituye el medio y, a veces, alienta en otros la tentación de imitarlo, quizá por puro instinto de supervivencia, por el deseo o la necesidad de mantenerse a flote.

El periodismo no es una religión, pero algunos de sus mejores practicantes lo desempeñan con la intensidad o al menos con el convencimiento de un creyente, aunque sus creencias o –mejor dicho– convicciones se fundan en principios y reglas de conductas más inteligibles y comprensibles que los de muchas de las religiones conocidas.

Sin embargo, no se trata, para los creyentes en esta religión del oficio periodístico, de tener la fe de quien cree en algo que no se entiende o que no se acomoda a la lógica de las realidades materiales, o que está envuelto o aureolado del halo de misterio o de irracionalidad que envuelve algunas creencias religiosas.

Por el contrario, los mandamientos y preceptos de la religión, que para sus practicantes son las reglas del oficio, se deducen de su propio ejercicio y se ajustan con facilidad a la naturaleza de las cosas, perceptible a simple vista, y al puro sentido común. Se trata de hacer aquello que los destinatarios de trabajo periodístico esperan de quienes lo llevan a cabo, de dar aquello que se pide, y no aquello que el periodista ha decidido que es lo que debe proporcionar a sus lectores, oyentes o espectadores.

Si no se comparte el parecido con la religión, téngase al menos por necesaria la consideración del periodismo como un oficio, una práctica profesional sujeta a una lex artis, a las reglas del oficio sin cuyo respeto cabrá hablar de propaganda, de rumorología, o de nada… La digitalización y la utilización de las redes no debe ser argumento para ignorar los mandamientos de la fe en la religión o del respeto a las reglas del oficio.

Debo decir que la mayor parte, por no decir todos los periodistas que he tratado en estos dos años, y de los medios de comunicación que se interesan y cubren la actividad del Gobierno de Canarias, son a mi juicio respetuosos de los mandamientos de la fe o de las reglas del oficio, al menos de las que creo principales y soporte de todas las demás: el respeto a los hechos en el relato de los acontecimientos y la separación nítida sin confusión alguna entre los hechos y las opiniones.

Lejos de menguar, subsiste y aumenta la necesidad de los seres humanos de disponer de informaciones ciertas y de opiniones independientes, pues sin unas y otras no es posible adquirir conocimiento y sin conocimiento no es posible afrontar las dificultades, las complicaciones o los meros avatares de la vida. 

Tengo la convicción y la esperanza de que en el espacio público de Canarias seguiremos contando con hombres y mujeres que practiquen con respeto el oficio de periodistas, y con empresas que sepan serlo con el mismo respeto al desempeño profesional de aquellos y aquellas, y con la solvencia y seriedad sin las cuales no puede adquirirse la propia condición empresarial.

La iniciativa de este Anuario puede ser un ejemplo y una demostración de tales esperanzas. Gracias de nuevo por participar de ellas.

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