Periodismo: el año del gran reto de la pandemia

El periodismo ha vivido en el periodo 2020/21 un reto sin precedentes que ha sacudido los cimientos del sector, en un momento en el que comenzaba a escapar lentamente de la gran crisis iniciada en 2008.

La irrupción de la pandemia impactó sobre los medios creando una emergencia informativa cuando los editores estaban en pleno cambio del paradigma que había dominado en el sector desde la entrada de internet: del gratis total al cobro de los contenidos.

Incentivó este nuevo rumbo estratégico la constatación de que, ante la brutal caída de las ventas en papel, la publicidad ya no bastaba por sí sola para mantener las redacciones a la espera de que la brecha sea llenada por los ingresos de la versión digital.

La crisis aceleró también las demandas de los editores a las grandes plataformas tecnológicos (Google, Amazon, Facebook, Apple) para que paguen por los contenidos, después de comprobarse que se llevan la tajada principal de los ingresos procedentes de los anunciantes (entre el 50 y el 70%) utilizando en línea las informaciones de los medios sin contribuir a su producción, siempre costosa.

La desinformación es una amenaza muy seria para el periodismo y para la sociedad en general. Para el periodismo porque afecta a su función esencial, que es la búsqueda de la verdad. Y para la sociedad, porque una sociedad que basa sus decisiones en mentiras tenderá a equivocarse

No es ajena a la crisis la huida de los lectores, jóvenes sobre todo, hacia otras fuentes de noticias digitales gracias al uso masivo de los teléfonos inteligentes.

En este marco, irrumpió la pandemia para agravar la situación. La Covid-19 produjo dos efectos inmediatos:  la implantación del teletrabajo a marchas forzadas desde la declaración del estado de alarma y el desplome progresivo de la publicidad, con un retroceso medio del 17% (datos de Arce Media).

El teletrabajo, hasta ese momento una excepción en los medios, se convirtió en un recurso generalizado. Las redacciones se vaciaron y aún hoy en día sigue habiendo más periodistas trabajando en sus casas que en las sedes

 La pandemia aumentó la precariedad laboral y salarial de los periodistas porque los medios, como en la crisis de 2008, recurrieron a reducir plantillas y salarios para afrontar la crisis. En pocos meses, se pasó de los Ertes a los despidos.

Pese a la precariedad, los periodistas mantuvieron su compromiso de garantizar el derecho de información de los ciudadanos, tratando de ofrecer respuestas fiables y útiles a sus necesidades e inquietudes, en un marco de severas restricciones al acceso a la información.

Los políticos en muchos casos volvieron a ignorar que en las crisis es más necesaria que nunca la máxima transparencia a la hora de informar con veracidad sobre lo que está pasando. Es la única manera de que los ciudadanos se sientan atendidos y protegidos.

Para enfrentarse a estos ataques, debemos huir de la intolerancia, el odio, los prejuicios, la hostilidad, la bronca y apostar por el diálogo, la convivencia, el entendimiento y los pactos

La ausencia de transparencia impulsó la desinformación, los bulos y los rumores, que corren como bólidos por las autopistas que controlan las redes sociales, haciendo honor a la frase atribuida a Winston Churchill de que “la mentira ha dado la vuelta al mundo mientras la verdad todavía se está atando los cordones de los zapatos”.

Más de mil bulos relacionados con la pandemia lleva  desmentidos la empresa de comprobación Maldita.es, que también, junto con otros verificadores, ha tenido un papel fundamental en desmontar las mentiras difundidas en la reciente crisis migratoria de Ceuta y antes en la de Canarias.

Los periodistas han tenido, y tenemos, que lidiar contra esta oleada de desinformación. Y la mejor forma de hacerlo es con el periodismo de calidad, como siempre hemos defendido desde la FAPE.

Este periodismo es el que difunde información veraz, verificada, contrastada con fuentes fiables, contextualizada, independiente y sujeta a nuestras normas deontológicas.

Cuando el periodista se deja contagiar por la polarización política, convirtiéndose en portavoz de una determinada opción, su prestigio y credibilidad desaparecen y pierde la confianza de la sociedad.  Situarse en las trincheras políticas nunca ha beneficiado a los periodistas.

De hecho, y según el reciente Eurobarómetro, el grado de confianza en los medios de comunicación por parte de los ciudadanos españoles es considerablemente menor en comparación a la depositada por el resto de ciudadanos europeos.

El 83% de la población española y el 71% de la población europea consideran que las noticias están a menudo distorsionadas de la realidad o son, directamente, falsas.

La recuperación de la confianza  aparece como uno de los desafíos más urgentes. Y en mi opinión, solo se podrá afrontar con éxito este desafío haciendo periodismo de calidad.

Este periodismo es también la mejor alternativa para convencer a la gente del pago de los contenidos. Nadie está dispuesto a pagar por una información basura, pero también es evidente que la información de calidad solo se puede garantizar con redacciones fuertes y con salarios dignos.

Cuando se pone de ejemplo en España el éxito de las suscripciones del The New York Times (7,5 millones, 89% de ellos solo digitales) o del Washington Post (3 millones solo digitales), suele ocultarse que en los últimos años, para afrontar este reto, estos diarios han reforzado sus redacciones hasta el punto de que actualmente son las mayores de su historia.

El objetivo está claro: cuanto más los medios dependan de los lectores y menos de la publicidad, más independientes serán.

Innovación, exclusivas, talento, calidad, rigor, surgen como la combinación más idónea para ganar suscriptores. En este mundo de sobreabundancia informativa, el periodismo sigue siendo imprescindible para jerarquizar las noticias y ofrecer a la gente lo que tiene derecho a saber.

Y, como servicio esencial, debemos estar en la vanguardia de la lucha contra los bulos y las mentiras. De ahí la importancia de la verdad en el periodismo. Si dejamos que la mentira se imponga, las noticias dejan de ser “útiles y fiables”, el ciudadano renuncia a informarse y a reflexionar, se abre la puerta a la manipulación y a la propaganda, se multiplican las teorías de la conspiración, crece el discurso del odio.

La desinformación es una amenaza muy seria para el periodismo y para la sociedad en general. Para el periodismo porque afecta a su función esencial, que es la búsqueda de la verdad. Y para la sociedad, porque una sociedad que basa sus decisiones en mentiras tenderá a equivocarse. Una sociedad sujeta a la desinformación se convierte en una sociedad fácilmente manipulable, sumisa.

Es por ello que los líderes populistas colocan a la prensa y a los periodistas como enemigos con el objetivo de reducir su capacidad para ejercer un control crítico de los poderes, imprescindible en las democracias sólidas.

Para enfrentarse a estos ataques, debemos huir de la intolerancia,  el odio, los prejuicios, la hostilidad, la bronca y apostar por el diálogo, la convivencia, el entendimiento, los pactos.

Solo de esa manera estaremos utilizando la palabra, nuestra arma principal, como elemento de cohesión social y convivencia pacífica. Se lo debemos a los ciudadanos.

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