En tiempos de pandemia nuestras cada vez más grandes pantallas se mostraron como una atracción del nuevo parque temático que la tecnología ha construido en cada casa
Sería sencillo caer en la obviedad de la importancia de los medios de comunicación audiovisuales de corto alcance en los tiempos de Covid-19. Se podría ser más polémico y realizar una bola con el deber de los profesionales de la comunicación en pandemia. Todo esto sería un mero relleno al buen ego del que escribe y de los implicados entre los lectores. De egos, este sector está sobrepoblado y muy bien alimentado. Aun así, nunca cae en vano el reconocimiento social a la labor que gran parte de los trabajadores de la comunicación realizaron en estos tiempos tan temerosos, dolorosos, peligrosos e inciertos. Quede escrito el más sincero y admirable de los reconocimientos.
Pero lo que realmente ha dejado constancia para los medios audiovisuales, en este experimento obligatorio del confinamiento total de una población (escenario inimaginable, utópico e idílico, la panacea para los estudiosos de los comportamientos humanos ante la “cosa de la nueva realidad del consumo de la imagen y el sonido”), es que la hegemonía de la caja tonta, como protagonista absoluta del entretenimiento de la mayoría de los mortales, ha caído para convertirse en el hermano mayor de los posibles de la casa.
Cuando Tom Cruise picaba y enlazaba ventanas digitales en el aire en Minority report (Spielberg, 2002) para recabar información, lo interpretábamos como un universo distópico –por cierto, un término actualmente rescatado y popularizado por el streaming–, imposible e irreal. Y es que en la época actual cualquier imaginación sensata e inteligente está más cerca de ser un potencial Julio Verne que un disparatado cuentista.
En tiempos de pandemia nuestras cada vez más grandes pantallas de televisión se mostraron como una atracción del nuevo parque temático que, sin notarlo, la tecnología ha construido en cada casa.
Aislados y solitarios, cada miembro de la convivencia se buscaba la vida según el dispositivo que le fuese más placentero. Las aplicaciones y sus contenidos se diseñan para provocar una adicción en la que los algoritmos son su glutamato. Los hábitos reforzaron y autorreafirmaron la personalidad de cada componente de la unidad familiar. No ha habido manera de entablar un uso responsable y lógico del consumo de los contenidos audiovisuales y juegos digitales en el hábitat cotidiano. No cabía la tan recurrida amenaza de “o dejas el móvil o lo tiro por la ventana”, y quien dice el móvil, dice la play o la tableta o la consola. Imposible. Ya no hay otra manera de pasar el tiempo, ni paciencia que no sea derrotada por la insistencia de mirar la pantalla, aunque sea furtivamente, en el acto tan familiar y cómplice que siempre ha sido la comida.
Al final, tanto de los medios escritos como de las redes sociales, nos quedan los titulares, que son como neones en la calle más comercial de una gran urbe. Con que te pares un momento delante del escaparate, ya vale
En tiempos de pandemia hemos conocido mejor a Netflix, a Disney+, a Amazon Prime Video o a HBO. Hemos intimado con YouTube, con Vimeo, y el abuelito ha logrado escribir por WhatsApp casi sin mirar el teclado. Hasta hemos aprendido que, cuando nos invade el hastío de buscar qué ver, como entretenernos e informarnos y conocer la actualidad, siempre nos queda una propuesta audiovisual lineal, ordenada, cómoda y programada, repleta de citas estables, realizado con un esfuerzo inconmensurable y con una recién llegada competencia difícil de entender y combatir, que comienza a llamarse “la tele de toda la vida”.
En esas estamos. ¿Qué hacemos con la tele de toda la vida? La televisión convencional, la que técnicamente se llama televisión lineal en abierto, sigue teniendo una salud de hierro. Ya no es tan seguida, pero lo de antes era un sueño, un fenómeno único en el audiovisual televisivo europeo. En la actualidad, las cadenas de televisión españolas se consumen porcentualmente más que las estadounidenses o las de los grandes países europeos antes de la irrupción de las plataformas. Esas audiencias del 20-30% no se dan en ninguna televisión en abierto, salvo eventos exclusivos.
Aquí hemos tenido un oligopolio muy controlado e intervenido donde se ha hecho posible una concentración de espectadores nada habitual en mercados con años de evolución y fragmentación. De ahí que España sea una excepción en minutos de duración en programas de entretenimiento y series, y todo ello con una más reducida oferta de programación comparada con la de nuestros vecinos. Leía que una serie en Antena 3 había conquistado su franja con algo más de un 10% y la cadena y sus productores lo celebraban como el triunfo que era. Hace apenas meses esos escasos dos dígitos eran motivo del cese de la emisión y hasta ponía en peligro la continuidad del directivo que lideró la adquisición. Los datos hablan claro y esta realidad es la que impera. Un 5-7% para Cuatro, La Sexta o cualquier emisora de media superficie es todo un logro que antes se despreciaba como algo marginal. Ya quisiera cualquier medio ansiar un 5 ó 7% de los consumidores de su disciplina comunicativa.
Es muy importante apoyar a la prensa escrita. Se lamentaba uno de los grandes columnistas de Canarias de la sensación de que ya no le leían ni le pagaban como antes, aun cuando sus reflexiones y madurez literaria estaban a una altura jamás alcanzada. Con una cerveza en la mano, un directivo de papel expresaba con cierto alivio que la caída del periódico se había estancado en mínimos y que al menos existía un mínimo –mi educación pudo a mi curiosidad, sin preguntar cuál era–. Aseguraba que al menos su versión digital sí que tenía un considerable seguimiento. En esa melancolía por posicionarse, negaba la afición de compañeros de otros medios digitales en presumir e inventar tener más tráfico que Hong Kong, siendo que en la realidad transitaban menos que bicicletas por los carriles de la capital grancanaria. Lo fundamental, concluía, era que te leyesen los importantes, ya que los que importan, los lectores de periodismo escrito, habían perdido el hábito de hacerlo.
Me quedo con una reflexión que me dijo uno de los grandes profesionales del marketing, ahora digital, de nuestra tierra. Al final, tanto de los medios escritos como de las redes sociales, nos quedan los titulares, que son como neones en la calle más comercial de una gran urbe. Con que te pares un momento delante del escaparate, ya vale.
Lo cierto es que para el turrón todavía persiste el cómodo consumo de la influyente, como ningún otro, televisión y radio, compitiendo contra TikTok y Netflix, contra reguetón y goles, para que las ideas se comuniquen con más sustancia y reflexión que una vaga y fardona sensación.