Es preciso fundamentar su presencia en los medios de acuerdo con unos mínimos criterios lingüísticos consensuados acerca del verdadero concepto de canarismo
Por si en las palabras que siguen pudiera observarse algún indicio de crítica que no tuviera otro objeto que el de contribuir al mejor uso de nuestro principal instrumento de comunicación, vaya por delante que, en cualquier caso, se trataría de una aportación constructiva: confieso mi reconocimiento a una profesión que admiro y valoro, no solo por su decisiva función social sino, además, porque, como filólogo, no se me oculta el extraordinario mérito de sus profesionales al tener que verbalizar realidades con absoluta objetividad o de comunicar opiniones autorizadas que nos ayuden a interpretar nuestro entorno contrastándolas con los propios puntos de vista. Y como además sé que con frecuencia a los filólogos se nos ve como supervisores de la labor periodística, adelanto también que no me mueve ningún afán censor sino, por el contrario, un puro interés de colaboración convencido de que periodistas y filólogos compartimos una responsabilidad de trascendental importancia al tener que utilizar para nuestras respectivas tareas el instrumento que de manera definitiva caracteriza, como ninguna otra cualidad, nuestra condición de seres racionales: la palabra. Es nuestra obligación mantenerla refractaria a cualquier tipo de nefasta influencia que la distancie de sus finalidades más elevadas, como son las de fomentar el entendimiento y ser portadora de una de las más elevadas manifestaciones estéticas. Así, pues, con esta idea voy a realizar una serie de consideraciones acerca de algunos aspectos, como son las actitudes lingüísticas de los periodistas, muy relacionados con el uso de nuestra modalidad dialectal en los medios de comunicación canarios.
Empezaré por aclarar que vamos a entender por español de Canarias, lo que hay que entender, esto es, la modalidad de español que se utiliza en el Archipiélago, una más de las tres modalidades del español europeo (junto al andaluz y al castellano) y de las cinco que pueden identificarse en el ámbito hispanoamericano. El canario es, pues, el español con una serie de peculiaridades que lo caracterizan en los niveles fónico, gramatical y léxico como resultado de la particular historia de nuestra Comunidad y de las influencias culturales que han dado lugar a la realidad con la que hoy nos identificamos.
Consideremos también el hecho de que los rasgos peculiares (o diferenciales) de un dialecto no han de tener, necesariamente, una excesiva presencia en los mensajes de los medios de comunicación, por lo que es posible que un análisis de las expresiones dialectales en los medios podría quedarse en un conjunto no muy extenso de rasgos característicos, pues es un principio generalmente aceptado que el texto periodístico habrá de ser claro y objetivo, y es en este rasgo de la objetividad (que es la garantía de la veracidad del mensaje) en donde está el quid de la cuestión, ya que para alcanzarla se recomienda evitar, en la medida de lo posible, en el texto periodístico todas aquellas unidades portadoras de connotaciones indeseadas, como vulgarismos, coloquialismos, cultismos, tecnicismos, eufemismos y, por supuesto, dialectalismos. A un índice de expresividad cero —se dice— es a lo que debe aspirar el mensaje periodístico, pues el carácter anónimo del receptor y la ausencia de interactividad entre emisor y receptor son razones por las que hay que acercar el texto periodístico a esa aséptica neutralidad, a ese español poco marcado, aunque de ninguna manera neutro, como se lo ha querido caracterizar.
Sin embargo, como es natural y fácilmente explicable, sería difícil sustraerse de mantener la presencia de ciertos rasgos del estándar de nuestro dialecto, que es la modalidad normativa (y normal) de nuestro español, máxime si su presencia supone el necesario contrapunto a la influencia distorsionadora de otra norma dialectal extrainsular que dificulta e interfiere la normal conformación de la norma que nos es propia. Origen, muy probable, de la extendida idea del complejo lingüístico de los canarios, de su inseguridad y de su llamativa parquedad, sobre todo en la expresión oral, que suele interpretarse como pobreza idiomática.
A un índice de expresividad cero, se dice, es a lo que debe aspirar el mensaje periodístico, pues el carácter anónimo del receptor y la ausencia de interactividad entre emisor y receptor son razones por las que hay que acercar el texto periodístico a esa aséptica neutralidad, a ese español poco marcado, aunque de ninguna manera neutro, como se lo ha querido caracterizar
Podemos asegurar que en lo que respecta a los medios audiovisuales canarios no existen dudas entre los profesionales de que el seseo no constituye de ninguna manera un problema ni debe ser considerado como un uso desviado de la adecuada pronunciación. Y, aunque no podríamos hablar de una norma ortológica totalmente unitaria, sí parece que la más extendida hoy es la que presenta el rasgo del seseo, la pronunciación aspirada de la velar fricativa (representada por las letras j y g seguida de e,i) y la aspiración de eses finales de sílaba o palabra, con algunas excepciones en su restitución. De todos modos, cuando se me ha preguntado sobre cuál es mi criterio en torno a la conveniencia o no de locutar en canario, he dado una respuesta, precisamente, en una de mis contribuciones de este Anuario (Vid. «¿Locutar en canario?», Anuario, 2014, pp. 126 -127)
En el plano morfológico se reconoce plenamente la generalización del pronombre ustedes, como plural de tú y de usted, y con la desinencia verbal de tercera persona («ustedes dicen») y la ausencia casi generalizada del vosotros, os y vuestro, característica esta que añade seguridad al periodista, que no tiene por qué plantearse cuestiones relacionadas con el grado de cortesía que merece el receptor de sus mensajes (orales y escritos), pues siempre habrá de ser el máximo.
Aunque de forma paulatina, empiezan a utilizarse un buen número de canarismos de gran extensión en el Archipiélago: papa y guagua, por supuesto, millo (gofio de millo), atendimiento, apañada, guachinche, fechillo, piche, alongarse, son algunos extraídos de titulares recientes de la prensa del Archipiélago; hay muchos más en artículos de opinión, y son estos usos mediáticos los que más contribuyen a la normalización del dialecto.
Pero es preciso fundamentar su presencia en los medios de acuerdo con unos mínimos criterios lingüísticos consensuados acerca del verdadero concepto de canarismo, pues no toda voz diferencial o propia reúne las condiciones que la harían adecuada para su utilización en los mensajes periodísticos.
De la misma manera que existen palabras del español general que no son recomendables periodísticamente (pensemos, por ejemplo, en voces insultantes, malsonantes o excesivamente restringidas a ámbitos científicos), situándonos en el contexto del español de Canarias habría que añadir la condición de palabra extremadamente localizada, ya que, sin perder su carácter de voz propia de la modalidad canaria, al ser de uso restringido a un área muy limitada o a una actividad muy concreta y apenas utilizada en la actualidad se presentan como palabras de difícil descodificación, pensemos, por ejemplo, en dialectalismos como cambiatino (en Gran Canaria, ‘cambio brusco en el tiempo), o eres (en Tenerife, ‘concavidad en una roca’), corso en el Hierro, tasufre en las islas orientales, etc.
Se observan actitudes lingüísticas un tanto dispersas que revelan valoraciones que podríamos matizar acerca de la consideración y presencia de canarismos en los medios de comunicación
Pero no siempre se parte de criterios homogéneos a la hora de decidir si se utiliza o no un canarismo, pues este no debería ser otro que el de su pertenencia al estándar del dialecto, como pertenecen papa, millo, gofio, guagua, mago o tajinaste, no se recomendarían aquellas que pudieran contener inapropiadas connotaciones, como serían, por ejemplo, encochinarse, barrenillo, cargacera o rebencazo, más propias de situaciones comunicativas familiares o coloquiales.
Sin embargo, no parece que esta idea sea compartida por todos los profesionales de la comunicación; así, se observan actitudes lingüísticas un tanto dispersas que revelan valoraciones que podríamos matizar acerca de la consideración y presencia de canarismos en los medios de comunicación. Si ánimo de exhaustividad, pues el estudio de las actitudes ante la lengua es un campo muy desarrollado en la moderna Sociolingüística, podríamos destacar algunas como las siguientes:
a) La actitud de quienes otorgan la justa valoración y reconocimiento a lo dialectal con reflexiones metalingüísticas de interés dialectológico y divulgativo: «Mi madre —escribe Juan Cruz— hablaba como se hablaba en su zona de Tenerife, cerca del Puerto de la Cruz, en una platanera de La Dehesa, y yo hablaba como escuchaba que se hablaba en la radio. Ella hablaba el español que pasó por Canarias en el siglo XIX y yo hablaba, creyendo que era el español correcto, el español que se hablaba en Madrid a mediados de siglo XX». Y en otro artículo leemos muy bien contextualizadas palabras y expresiones canarias: «La palabra es el primer viaje; abre una puerta que ya no se cierra; y es una puerta que da a otra puerta, y a otra, y así hasta el infinito. Hasta la muerte. La primera palabra acaso fue magua, o dolor, o amargura; hay infancias que tuvieron otras palabras; mi palabra, una de las palabras de mi infancia, fue droga, o embargo, y droga entonces no era ni medicina ni estupefaciente. Y las maguas eran el dolor pasado por la resignación…».
b) Los hay que denuncian el hecho de que hablantes canarios adopten la norma peninsular (pronunciación de eses implosivas, interdentales y uso del pronombre vosotros), sobre todo si se trata —cito— «del conocido y veterano locutor tinerfeño [que vive en la actualidad en Madrid…] que le ha dado por hacerse el godo y ha comenzado a pronunciar las ces como si fueran zetas, y en lugar de decir con nuestro precioso acento canario, las dose, dice las doze».
c) Una actitud intermedia es la de quien actúa lingüísticamente con cierta condescendencia ante el canarismo; se utiliza la voz dialectal, pero se la marca con unas comillas, a veces denigratorias para la palabra y exculpatorias para el autor: «Las ventanas míseras y desvencijadas se mantenían en sus marcos sujetas con traviesas y “charranchas” de madera pobre». O, como en este caso, «[…] solicitaba los servicios de tres damas para cumplimentar a los mismos tres “magallotes” que le escoltaban aquella noche».
d) La errada idea sobre la concepción de lo dialectal como modalidad espuria puede ilustrarse mejor en los casos en que alguien pone en boca del campesino canario flagrantes vulgarismos, o considerando como canarismos palabras, que ni son canarismos ni tan siquiera caracterizadores de ningún nivel diastrático de nuestra modalidad. Esta es su percepción: «Si el mago escribe “harvejas” [con h], la Academia acabará bendiciendo la voz […]. Si el mago pone en la pizarra de su guachinche “bistel”, el tradicional bistec se convertirá más pronto que tarde en bistel. Lo de “toballa” no tiene nombre. Y qué decir de “almóndiga”, igualmente aceptada. Es para cagarse en la Academia que ya no limpia, ni fija nada, ni da esplendor. Lo de “almóndiga ha sido un homenaje al mago». En estos casos se habla de cuestiones lingüísticas sin una previa documentación (otro proceder muy generalizada), pues ni almóndiga ni toballa son ni han sido canarismos, sino voces del español general que han compartido lugar de privilegio en las páginas de los diccionarios, desde 1726, por lo menos, fecha de publicación del Diccionario de Autoridades, con las variantes parónimas toalla y albóndiga, que por esos extraños avatares del idioma, han ido cayendo en desuso y adquiriendo esa connotación de voz usada como vulgar, indicación, que por cierto aparece por primera vez en la última edición del diccionario académico (2014, 23.ª ed.).
e) Muy socorrida es la muletilla «como dice el mago», «como decimos los canarios» y otras por el estilo, que viene a equivaler en la lengua escrita al adverbio latin sic, utilizada para dar a entender que una palabra o frase empleada en un escrito, y que pudiera parecer inexacta, es textual: «[…] Mejor retírese de la política. Mándese a mudar, como diría el mago».
Podríamos enumerar algunos ejemplos más de estas actitudes lingüísticas que, en algunos casos, lejos de normalizar nuestra modalidad lingüística, contribuyen a su infravaloración de propios y de extraños, motivos que suelen inducir a que en los medios de comunicación y en otras situaciones comunicativas de gran repercusión y trascendencia se opte por el uso de otras modalidades (la septentrional, sobre todo) que el usuario estima más prestigiosa, actitud que se debe tanto al escaso conocimiento de su propia modalidad como a la poderosa influencia (o interferencia) de las emisiones radiofónicas y televisivas procedentes de los medios nacionales.