La caída de visitantes provocada por la pandemia, tras siete años de récords turísticos, colocó a la economía canaria a los pies de los caballos
La crisis provocada por la Covid-19 ha sido, fundamentalmente, una crisis de movilidad. El virus se convirtió en el principal pasajero desde 2020. Su potencial para viajar por tierra, mar y aire, en primera o de polizón, y su brutal capacidad de propagación por todo el planeta logró retraer una de las industrias globales más próspera: el turismo.
La Organización Mundial del Turismo (OMT) cifró la brutal caída del número mundial de viajeros a consecuencia de la pandemia en mil millones de turistas. Es decir que de los 1.500 millones que viajaban en 2019, solo lo hizo un tercio desde entonces. Han sido por ello las regiones turísticas las más castigadas por la pandemia. Y entre ellas Canarias, un destino con “una dependencia extrema del turismo durante todo el año”. El Plan Reactiva Canarias así lo reconoce: “Somos la comunidad española más afectada por el impacto económico causado por la crisis sanitaria”.
Si es cierto el proverbio oriental que sostiene que cuando se está en lo más alto de la ola es cuando más cerca se está del suelo, ahí se encontraba el destino Islas Canarias cuando cayó en picado. Pasó de siete años de sucesión de récords al cero turístico en un pispás. Y la realidad es que el sector apenas se ha repuesto del shock.
Los 15 millones de visitantes dieron paso a ciudades turísticas fantasmas: hoteles cerrados, playas desiertas y noches sin ruido. Y Canarias volvió a las cifras turísticas que había tenido a mediados de los años ochenta del siglo pasado.
La crisis ha sido inédita y el desconcierto, la tónica dominante con la que se intentó gestionar lo ingestionable. Los ERTE y las líneas de crédito ICO fueron la tabla de salvación a la que se han aferrado los trabajadores y las empresas para sobrevivir durante más de un año, con la esperanza puesta en doblegar la curva de contagio.
Mientras los índices fueron poco significativos, Canarias vivió en el espejismo del free-Covid como garantía de futuro. Aspiró a ser un ejemplo para el mundo, con corredores-piloto y test en origen y destino que avalarían una estrategia que el propio coronavirus echó por tierra.
El Gobierno anunció que renunciaba a la temporada de verano de 2020 para llegar más libres aún de contagio a la de invierno, y la segunda ola se adelantó a agosto. El cierre de Canarias para los mercados británico y alemán representó otra estocada para una tierra con una economía nada diversificada. Pasó la temporada de invierno entre ola y ola y el cuento volvió a repetirse un año después, a las puertas del verano de 2021.
Ni la esperanza de la vacuna despejó incertidumbres para lograr la reactivación turística. A finales de junio de 2021, la población vacunada con las dosis completas apenas rozaba el 40%, cuando se había confiado en alcanzar el 70% o superar al menos la mitad de la población inmunizada.
El turismo, un lastre
Si el turismo fue el salvavidas al que se aferró Canarias en la anterior crisis, en la actual ha sido su ancla. El freno que ha impedido a la economía isleña levantar cabeza, porque en torno a la actividad turística gira el grueso de su economía.
El miedo al virus ha sido, y seguirá siendo por un tiempo, el gran enemigo a batir para el turismo. Tampoco ayuda, por supuesto, la pérdida de capacidad adquisitiva de la clase media de la que se nutre el turismo de masas.
Una mayoría de expertos cree que viajar no volverá a ser nunca lo mismo. La realidad es que no lo sabemos. La recuperación de los destinos dependerá en gran medida de la capacidad del tráfico aéreo de dinamizar una movilidad mundial que ha quedado muy tocada, hasta el punto de que ya se habla del rescate de las aerolíneas.
Canarias, con sus 15 millones de turistas, representaba el 1,1% de total de los viajeros mundiales. Es difícil augurar qué capacidad tendrá para mantener esa cuota de mercado en los tiempos post-covid, frente a otros destinos quizá más seguros desde el punto de vista sanitario. O simplemente más próximos.
Es imposible predecir cómo estará Canarias desde el punto de vista epidemiológico en los próximos meses ni cuántas rutas áreas habrá sido capaz de retener y reactivar. Pero las Islas siguen teniendo, eso sí, el clima y la naturaleza como sus grandes aliados. En el mejor de los casos, el Archipiélago ha perdido por el camino más de 12.000 millones de euros de ingresos, del total que representa el turismo en su economía: el 35% del PIB insular y 16.000 millones de euros.
El coronavirus ha sido devastador para Canarias en términos de destrucción de riqueza y de empleo. Los ERTE supusieron un desembolso de casi 8.000 millones hasta mayo de 2021 (más de 2.000 millones en las Islas). Y más de 200.000 trabajadores canarios se vieron afectados por este paraguas de protección pública: 73.000 de los cuales trabajaban, por cierto, en alguno de los trece principales municipios turísticos de Canarias. Todos ellos sumaron el 11% del total de expedientes del país, cuando la población canaria representa el 4% nacional.
Las líneas ICO inyectaron, por su parte, unos 3.600 millones a avalar a casi 30.000 empresas isleñas y trabajadores autónomos. Aún así, la pandemia dejará a su paso un buen número de empresas-zombie en las Islas, tocadas de muerte a pesar de la ingente ayuda pública. Por culpa del coronavirus, el Archipiélago pasará de ser una región de 46.700 millones de renta a una de menos de 35.000 millones. Por debajo incluso de los 42.000 millones en que se colocó en el año 2008, con la gran recesión. La canaria es, además, una economía demasiado rígida y carece de la resiliencia necesaria para adaptarse a los nuevos tiempos.
Necesita, por ello, aprovechar la ventana de oportunidades que ofrece toda crisis, con la economía digital, verde y del conocimiento como acicates de su diversificación económica. Pero también impulsar un turismo de más excelencia y sostenibilidad, que requiere hacer algunas cosas de otra manera, por mucho que les pese a los defensores del tradicional modelo de sol y playa como el único viable.