Un año para olvidar que nos deja valiosos aprendizajes

Sin duda, 2020 será recordado en los anales de la historia como el año en que la sociedad mundial tembló de miedo. Vivíamos seguros de nosotros mismos, éramos conocedores de males y enfermedades que cada año siguen cobrando millones de víctimas, pero la diferencia era que las conocíamos. En cierta forma, hemos crecido con ellas. En palabras del escritor H.P. Lovecraft, “la emoción humana más antigua y poderosa es el miedo, y el miedo más antiguo y poderoso es el miedo a lo desconocido”.

Los casos iniciales de Covid-19 fueron aumentando, los contagios empezaron a traspasar fronteras y la enfermedad se convirtió en pandemia, una constante con múltiples variantes que nos iba cercando. La única realidad palpable que teníamos en los primeros meses de esta pandemia era el número de víctimas mortales que día a día escalaba una subida estrepitosa y angustiosa. Las medidas sanitarias de las que disponíamos apenas ponían cota a sus efectos, los contagios se multiplicaban de una forma exponencial, el mundo y la sociedad se fueron paralizando y la mayor parte de la población mundial se vio confinada y aislada. El virus mutaba como queriendo escapar del control humano y no sabíamos por qué.

Respirábamos temor, eso era indudable. Sin embargo, hay dos hechos positivos que resaltar en esta pandemia. El primero que hay que destacar es el valor y el coraje que demostraron, para mantenernos a salvo, los colectivos del personal sanitario y de seguridad y emergencias.

El Cabildo de Fuerteventura aprobó un Plan de Apoyo al sector primario, gravemente afectado por el cierre de los establecimientos que adquirían su producción. A través de este plan, el Cabildo compró sus excedentes y los distribuyó entre las familias con más carencias, cuyo sustento durante la pandemia dependió en buena medida de esta aportación

El segundo que merece especial mención es la calidad de las y los integrantes de nuestro sistema político, pues desde las administraciones y poderes públicos surgió un frente de lucha y defensa de nuestra población. Fruto de esta unidad de acción fueron las rápidas acciones que se tomaron desde el Cabildo a fin de proteger y mantener a salvo a las personas de la Isla. La corporación acordó proceder a la contratación por vía de emergencia de todas las obras necesarias para garantizar el abastecimiento de agua a núcleos y zonas que no contaban con recursos hídricos en condiciones razonables, y que hacían la convivencia, en confinamiento, insana y más gravosa de lo que de por sí misma representaba esa imposición legal.

Por otro lado, el cero turístico trajo consigo el cierre de todos los establecimientos alojativos de la Isla, con efectos dramáticos en la economía insular, de la que el turismo es motor directo, y cuya actividad influye indirectamente en otros sectores económicos paralelos. Así, el Cabildo aprobó un Plan de Apoyo al sector primario, gravemente afectado por el cierre de los establecimientos que adquirían su producción. A través de este plan, el Cabildo compró sus excedentes y los distribuyó entre las familias con más carencias, cuyo sustento durante la pandemia dependió en buena medida de esta aportación. En apoyo a este sector se aprobó también la puesta en marcha de Mercafuer, un espacio donde los agricultores pudieron comercializar sus productos.

A este panorama, ya de por sí desolador, se sumó el drástico incremento de la llegada de migrantes de forma irregular, y su relación con la crisis sanitaria cuando también ellos se contagiaron. Desde muy temprano, el Cabildo, que no tiene competencias en la materia, colaboró con las autoridades sanitarias autonómicas y estatales, poniendo a su disposición infraestructuras para el alojamiento y el tratamiento sanitario anticovid19.

En este difícil contexto, comenzamos a implantar en la isla un modelo comarcal, descentralizado y respetuoso con el territorio, muy ajustado a la realidad majorera y basado en principios de sostenibilidad, equilibrio insular y diversificación; un modelo que garantiza los derechos y el acceso a los servicios de toda la sociedad isleña, con independencia del lugar donde resida. Con dicho modelo en mente, desbloqueamos la tramitación de la residencia sociosanitaria de Gran Tarajal, para dar a la zona Sur el servicio que sus vecinos llevan años demandando, adquirimos un segundo tren de recebe que ha permitido reducir a la mitad los tiempos de mantenimiento de los más de 1.000 kilómetros de caminos de tierra que tiene la isla y redactamos el Plan Insular de Cooperación con las obras y servicios municipales (PICOS).

Cuando hoy escribo estas líneas, el porcentaje de población vacunada e inmunizada crece a diario y nos devuelve la esperanza. Hemos atravesado una época desconcertante y desesperante, tanto a nivel social como económico, pero no tengo duda de que saldremos de este trance con la colaboración y el trabajo conjunto de todas las fuerzas políticas y sociales.

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