Hasta hace unos pocos años teníamos la certeza de que el turismo era nuestra mayor fuente de ingresos y que, además, esta actividad nos proporciona bienestar social y desarrollo económico. Hoy estas certezas están en duda, bueno la segunda, porque cuestionar que la industria turística genera el 40% del empleo en las Islas y supone el 35,5% del PIB canario sería una osadía tremenda. Y están en duda por el cuento de la turismofobia, que en el último año y medio ha calado, y mucho, en un sector cada vez mayor de la población que culpa al turista que viene a Canarias de todos sus males.
El turismo es el mayor generador de empleo y actividad económica de las islas. Es la pieza angular del tejido productivo canario y los datos avalan los beneficios que genera en el Archipiélago, pero hoy en día los ciudadanos se empiezan a preguntar por qué esos beneficios no llegan a sus bolsillos.
El Archipiélago ha vivido estos años al margen de este fenómeno. El clima y la hospitalidad de los canarios era marca de la casa. Nadie veía en el turista una amenaza o un riesgo. Sin embargo, el elevado precio de los alquileres, sobre todo en zonas turísticas, y la proliferación de los pisos vacacionales ha provocado un rechazo que en el último año ha sacado a la calle a miles de ciudadanos. Inéditas son las imágenes que han circulado en los rotativos extranjeros de manifestantes en contra de los turistas en playas y lugares de ocio en Canarias.
Más allá de la obviedad de que atacar a nuestro principal motor económico que solo en Canarias genera 20.000 millones de euros y aporta en recaudación fiscal a las arcas públicas cerca de 3.500 millones de euros, el 37% del total, es como pegarse un tiro en el pie, si es necesario analizar el modelo actual y mejorarlo, fomentando, por ejemplo, un turismo de más calidad y sostenible. Nadie se quejaba del turismo de borrachera que llegaba al sur de las islas en los años 90, pero es obvio que los tiempos han cambiado. Pero hasta ahí, porque, ojo, dañar o perjudicar un modelo que ha funcionado hasta ahora sin mucho esfuerzo podría poner en peligro el desarrollo económico de las islas. No nos queda muy lejos el cero turístico provocado por la pandemia y sus graves consecuencias que hoy, aún, percibimos.
Es cierto que, en España, no solo en Canarias, existe un gravísimo problema de vivienda. Hay poca, pública y privada, y las que están en el mercado son absolutamente inaccesibles para los ciudadanos. Además, la opción b, que es el alquiler, también resulta imposible. Pero culpar de esto al turista que viene a las islas a pasar sus vacaciones, no sería justo. La escasez de suelo ralentiza la construcción de viviendas y el intervencionismo del Estado ha provocado que miles de propietarios se salgan del mercado residencial. La Ley de Vivienda que impone las condiciones de los contratos y la laxitud con la que se trata a los okupas ha provocado la salida del mercado de más de 50.000 pisos en toda España. En definitiva, a un propietario no le sale a cuenta en estos momentos poner en alquiler una vivienda. Esto lo que ha provocado es que la oferta caiga, mientras la demanda sube y, por tanto, los precios se elevan.
El turista, no solo extranjero, sino también español que lleva todo el año ahorrando para disfrutar de una semana de vacaciones con su familia para ir a un destino; que compra, come y se gasta lo que ha ahorrado en ese destino, no es culpable de que los precios del alquiler suban. Las certezas se deben basar en números y cifras, no en percepciones. Sólo el 1,3% de las viviendas que hay en España se dedican al alquiler vacacional y sabemos que más del 80% de los turistas que llegan a las Islas se alojan en hoteles, no en pisos turísticos. ¿Es necesaria una regulación y un control para evitar la competencia desleal con los establecimientos turísticos? Sin duda.
Pero cuidado, porque si compramos el diagnostico de que el turismo nos incomoda, a lo mejor dejan de venir y optan por otros territorios y en ese caso tendremos que empezar a mirar otros sectores económicos para generar empleo y actividad económica. Hay varios en los que Canarias ha puesto el ojo: el audiovisual, la economía azul, nuevas tecnologías, videojuegos, aeroespacial… Pero la pregunta es: ¿están estos sectores suficientemente consolidados en las islas como para afrontar la pérdida de una industria que genera el 35,5% de nuestro PIB?
La economía del Archipiélago tiene la obligación de diversificarse y mirar hacia otros sectores, como ya está haciendo, pero en estos momentos morder la mano que nos da de comer sin tener otra al lado, puede dejarnos sin provisiones y, a larga, hacernos morir de hambre.