Periodismo contra desinformación

No creo que resulte redundante, por tanto, decir que constituye el peligro más inmediato que hay que erradicar porque resulta incompatible con los principios del periodismo y nos obligan a destacar que el ejercicio de la profesión pasa por el rigor, la veracidad, el contraste y el cumplimiento del código ético y deontológico

Seis de cada diez españoles están preocupados por la desinformación; cuatro de cada diez no confían en las noticias de los medios.

Comienzo este artículo con estos datos para destacar la desventurada realidad que acecha en estos tiempos al periodismo. De poco han servido las soluciones y recomendaciones que, desde distintas iniciativas se han brindado a los profesionales para abordar ese problema. Al contrario, va a más. Todas se han encontrado con obstáculos de distinto tipo, de los que los culpables son la sociedad, la polarización política y, también, el propio colectivo periodístico.

En ese caldo de cultivo nos hemos tenido que mover. Desde hace ya varios años, la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) viene advirtiendo de los peligros que entraña esa polarización política como vehículo de desinformación. Los informes de la Profesión Periodística, que edita la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), resaltan el impacto que tiene en los medios y demuestra que está lejos de corregirse y con visos de perdurar. No creo que resulte redundante, por tanto, decir que constituye el peligro más inmediato que hay que erradicar porque resulta incompatible con los principios del periodismo y nos obligan a destacar que el ejercicio de la profesión pasa por el rigor, la veracidad, el contraste y el cumplimiento del código ético y deontológico. O, dicho de otra forma, de luchar contra la mentira y hacer periodismo con mayúsculas: periodismo.

La única reacción posible consiste en reclamar la necesidad de recuperar el periodismo para, a su vez, recuperar la confianza de los ciudadanos. La desinformación se ha convertido, junto a la precariedad laboral, en uno de los males de mayor magnitud con que se enfrenta la profesión en estos tiempos de convulsión política y si la prensa no encabeza la lucha contra ella y el mal uso de las redes sociales, se facilitará la manipulación de la ciudadanía y los ataques a la libertad de prensa. Ante esta situación, que socava la democracia, hay que subrayar que solo fortaleciendo la independencia y el control crítico de los poderes trasladando una información independiente que permita forjar la opinión de los ciudadanos se recuperará la confianza.

No es otra cosa que poner en valor la importancia que tiene esta profesión en el contexto político y social para defender el sistema democrático, peligrosamente golpeado por la polarización y los populismos. Aunque el soporte haya cambiado, los principios, no, por lo que es una perversión utilizar las redes sociales para saltarse esos principios. Su (mal) uso hace creer a los ciudadanos que están suficientemente informados y que desprecien los canales tradicionales por los que se informaban antes, relegados a un segundo plano o a la nada absoluta.

Nuestro trabajo, al contrario, consiste en defender la democracia con las armas de la verdad y la honestidad y trasladar al ciudadano la información real de lo que sucede a su alrededor. Se trata de que, pese a las amenazas y falsedades que puedan emanar de los poderes establecidos, los periodistas cumplamos con esas obligaciones sin dejarnos llevar por la inmediatez, que perturba el buen oficio.

De esta forma, podemos enfrentarnos contra los adalides de la desinformación. Los periodistas no somos los “seres más deshonestos de la Tierra”, como nos definió Trump después de que muchos colegas no comprasen sus fabulaciones. Somos, precisamente, los seres que tenemos que decir la verdad y defender la democracia combatiendo la desinformación y la posverdad. Y eso significa asegurar el libre ejercicio de la profesión periodística, rechazando cualquier injerencia de los poderes públicos; poniendo el foco en la independencia de los medios con una financiación transparente y estable y fortaleciendo el periodismo basado en códigos éticos y deontológicos, regido por el principio de veracidad. Es decir, poniendo freno al avance de la desinformación y a los activistas de la mentira. 

La democracia, en ese sentido, necesita medios fuertes, rigurosos, independientes, plurales, sujetos a normas editoriales y códigos deontológicos que planten cara a la desinformación y contribuyan a recuperar un debate cívico de ideas y propuestas que aleje la bronca y ofrezca soluciones y salidas a una sociedad agotada y temerosa.

Es evidente que esta no es una tarea sencilla en medio de tanta crispación contaminante; pero corresponde al periodismo desenmascarar a los agitadores que, escudándose en acreditaciones cabalmente concedidas, acechan a políticos y profesionales con actuaciones muy alejadas del buen hacer periodístico. Nuestra tarea consiste en preguntar, investigar y denunciar los abusos desde el pluralismo de los medios, condición indispensable para el buen funcionamiento de las sociedades democráticas.

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