Hacer un balance del estado de los medios de comunicación es referirse a dos profundas crisis. La primera, estructural, que afecta al entorno de unos medios enfrentados al mercado de las nuevas tecnologías. La segunda, coyuntural, que se centra en la profunda recesión económica que afecta a la publicidad y por tanto afecta de lleno la vía de financiación del negocio o la industria de la información.
En el terreno de la prensa es donde más y mejor se aprecian los efectos devastadores de una crisis económica que coincide con un cambio de modelo de la empresa periodística. En el ámbito estatal, hemos asistido a un proceso de alianzas y acuerdos empresariales en los que las grandes editoriales han desembarcado en el mercado de los multimedia. Los grandes grupos se han planteado estar en todos los segmentos del mercado de la comunicación, con prensa, televisión y radio actuando de modo sinérgico y acudiendo al mercado publicitario con tarifas globales. Con una estructura central capaz de abastecer de noticias y contenidos, con el mismo costo, a toda una red, se trata de implementar el valor de los bienes de comunicación aportándolos a todo el grupo multimedia.
La gran aliada de los periódicos, la red, es al mismo tiempo su gran enemiga. Más de ocho millones de personas en España –las cifras varían según las fuentes– acceden a la información a través de internet. Y la tendencia aumenta. Es un perfil de jóvenes lectores (los clientes de hoy y del mañana) que se contrapone al descenso de la venta de prensa en papel. La obsolescencia de las informaciones publicadas en prensa escrita es una triste realidad. Todas las mañanas los periódicos salen con informaciones que una gran mayoría de los lectores han escuchado ya en las radios o la televisión horas antes. Los grandes grupos editoriales intentan combatir este fenómeno (agudizado por los nuevos horarios de cierre que marcan los sistemas de distribución) trabajando en varios frentes: los grandes reportajes de investigación propios, el análisis pormenorizado de las informaciones y la aportación de periodismo de opinión y columnismo exclusivo, además de incorporar a sus servicios contenidos de entretenimiento que penetran incluso en el ámbito de las revistas o el ocio.
Pero ese terreno está vedado para la gran mayoría de las cabeceras locales (la gran riqueza democrática de este país), obligadas a importantes recortes de gasto y, por ende, a plantillas más reducidas, dependientes de redes de contenidos externas (agencias) y con un mercado publicitario más sensible a los efectos devastadores de la crisis económica. El precio de la publicidad en papel (en comparación con la caída de las tarifas publicitarias en radio y televisión), junto a la disminución del número de lectores, hace que la supervivencia de la prensa sea hoy una fuente de preocupación para muchas empresas y profesionales.
Los periódicos digitales o la venta en formato digital de los diarios tradicionales constituyen aún un mercado emergente. Los costos de los primeros son mucho más reducidos que los de las cabeceras de papel, pero los lectores pueden encontrar las mismas informaciones en la red que devora los contenidos de pago y los ofrece de forma gratuita. Los bienes de consumo –las informaciones– obtenidos por la inversión de los medios de redes y corresponsalías, se encuentran de forma fácil (aunque desordenada y a veces falsa) en todos los rincones de internet, desde redes sociales a webs diversas donde se suben imágenes, fotos o testimonios. E incluso las ediciones digitales de los periódicos tradicionales se hacen a sí mismos la competencia, publicando los mismos contenidos que ofrecen en papel y sirviendo en la red de forma gratuita los bienes de consumo que producen sus industrias: la información.
La galaxia audiovisual
El campo de la radio y la televisión vive un fenómeno diferenciado, pero enfrentado a otras incertidumbres igualmente preocupantes. La revolución digital de la TV, el cambio de transmisión de señales analógicas a digitales, supone en principio la multiplicación de los panes y los peces. Todos los espectadores tienen ya una oferta digital de más de 30 cadenas en abierto y otras muchas en contenidos de pago. Para las empresas supone el reto de bajar los costes de la producción para enfrentarse a unos ratios de espectadores mucho más bajos que los que han disfrutado hasta ahora (más cadenas = más distribución de share). Esto quiere decir, básicamente, que ya no se puede seguir produciendo programas a los mismos costos que hasta ahora aunque, en pura teoría, tendría que aumentar el volumen de servicios de la industria de contenidos que tienen que dar de comer a más canales. Más producción, pero más barata y para menos espectadores.
También las radios y las televisiones han apostado por unos contenidos de opinión y análisis de forma creciente. A lo largo del pasado año, tanto las grandes cadenas de radio y TV como las emisoras locales han redescubierto el nicho de mercado de los programas de debate y/o opinión, formatos de bajo costo que están dando aceptables resultados de audiencia. Para los medios locales (presa, radio y TV) la batalla tiene connotaciones especiales. En un mercado más reducido, con menores recursos e infraestructuras que las grandes empresas transterritoriales, su gran ventaja es la cercanía a los ciudadanos y anunciantes. Es en ese ámbito donde con mayor eficiencia trabajan para competir con el mercado global de la información porque la competencia de la información libre de internet en los ámbitos muy localizados está mucho más atenuada.
“El panorama internacional proyecta una sombra inquietante: cierre de medios, reducciones de plantillas, migración de anunciantes a la web, predicciones apocalípticas de que el periodismo escrito tiene sus días contados”, asegura en un impagable artículo Elogio del Periodista, José Luis Barbería, quien opone, frente al fenómeno de la red, el trabajo serio, riguroso y contrastado de “la buena prensa”. En palabras de Bill Keller, editor del New York Times, al que cita: “Mientras muchos de nuestros competidores se retiran, nosotros seguimos invirtiendo en más y mejor periodismo, conscientes de que ésa es la fuerza de nuestra marca. Creemos en un periodismo de verificación y valoramos más la precisión que la velocidad o la sensación”. Orden y rigor frente al caos, la espontaneidad y la falta de seguridad en los productos informativos que se consumen.
La realidad en las Islas Canarias es la que es. Los periódicos están soportando una significativa pérdida de lectores y la caída general de la inversión publicitaria intentando optimizar sus escasos recursos y apostando por ampliar los espacios dedicados a la localización de las informaciones y los análisis. Las radios y las televisiones subsisten a duras penas en un mercado tecnológico cambiante y en el que la Administración aún no ha terminado de clarificar las reglas del juego. Aunque algo –mucho– se ha avanzado (más por mérito de los empresarios y productoras que del apoyo del propio mercado) no hemos logrado crear un tejido audiovisual potente.
Oportunidades perdidas
Perdimos la oportunidad de radicar en las Islas la sede del Canal para Iberoamérica de TVE y el nonnato Instituto de Historia Audiovisual, aunque la Televisión Autonómica ha venido a paliar la pérdida de referencias de la cadena estatal en el espacio en la industria de creación de contenidos. En términos generales podríamos decir, apelando a un término tecnológico, que la industria de la comunicación en Canarias está en stand by. Un periodo de transición que depende tanto de la eficiencia de los medios en administrar sus escasos recursos y afrontar esta época de dificultades, como del papel del regulador, la Administración, definiendo el ámbito legal en dónde habrá de concretarse esa actividad.
Una cuestión es innegable. Frente a la competencia de un libre mercado de la información y la opinión en la red (a veces devastadora, iconoclasta y radical desde el anonimato y a veces simplemente falsa), la primera apuesta de los medios de comunicación es dotar a sus productos de una trazabilidad informativa clara. El rigor en la creación informativa, en la opinión y en el análisis debe ser la primera seña de identidad de los medios de comunicación frente a una competencia intangible surgida de la agregación de contenidos diversos y dispersos en la red. La otra gran incógnita, si los lectores de papel aceptarán la compra vía internet de estos mismos contenidos, es una incógnita que está por despejar ahora que los grandes rotativos están preparando el lanzamiento de sus cabeceras en la red con acceso condicionado al pago.
Conseguir este grado de excelencia en redacciones mermadas por los recortes presupuestarios, azuzados por la urgencia en el proceso de mentefactura que marca el carácter de las publicaciones o emisiones no es un reto pequeño; todo lo contrario. Pero la información y el análisis, en el papel o en las ondas, sigue siendo la base del negocio de la industria de la información (hoy también del entretenimiento). La gente quiere saber qué ha ocurrido y quiere conocer todos los aspectos de lo que ha ocurrido. Incluso la opinión de otros sobre lo que ha ocurrido. Y con todo eso elaborará su propia idea. Si en esa transacción de contenidos informativos y opiniones el adquirente tiene plena confianza en lo que se le está ofreciendo, los medios tradicionales habrán ganado la primera batalla contra esa competencia global, multiforme y espontánea. Lo demás, como siempre, es publicidad.