Justo en las vísperas de la llegada del cambio de siglo, entre los años 1999 y 2000, sonaron las alarmas en el Archipiélago Canario. El crecimiento de la planta de alojamiento turístico y de la población, especialmente intensos en Lanzarote y Fuerteventura, consiguieron atraer la atención política y ciudadana. A partir de ahí, se planteó la necesidad de soluciones. Una década después hay una sensación de que se ha perdido el tiempo.
Detectado un problema de crecimiento de la planta alojativa y de la población, la mayoría apuntó a las causas y reclamó la imposición de límites al crecimiento inmobiliario y a las camas turísticas. Aunque no faltaron quienes prefirieron dirigir el punto de mira hacia los efectos, con propuestas de barreras migratorias, al supuesto modo hawaiano. El Parlamento se alineó con la mayoría. Además de aprobar la Ley de Ordenación del Territorio, de clara orientación sostenibilista, expresó en tres acuerdos, entre 1999 y 2000, la conveniencia de acometer el proceso de implantación de un modelo canario de desarrollo sostenible y de mantener la presión turística y las infraestructuras dentro de límites tolerables, vinculando sostenibilidad y limitación del crecimiento, en la ortodoxia del Informe Nuestro Futuro Común, elaborado en 1987 por la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. Con este respaldo, el Gobierno de Canarias formuló las Directrices de Ordenación del Turismo de Canarias, aprobadas en el año 2003, con el triple objetivo de transformar sosteniblemente el modelo turístico canario, limitar el crecimiento de la oferta de alojamiento y reciclar y recualificar la edificación y la urbanización turísticas.
Tiempo de glaciación. Estábamos salvados o, al menos, en el camino de la salvación: había plan, voluntad política y unanimidad parlamentaria. Pero las elecciones del mismo año 2003 revelaron la fragilidad de uno y otras. En primer lugar, de las Directrices. Un instrumento de ordenación que pretende orientar el tránsito desde una situación existente hacia otra deseada dibuja el camino entre una y otra, pero avanzar por él requiere de medios y de medidas tanto más dinámicas cuanto más estratégica sea la actividad que se pretende transformar. Las Directrices establecieron que el Gobierno debía poner en marcha, en 2004, un ambicioso programa de acciones informativas, económicas, formativas y organizativas; que en 2006 habría de actualizar la limitación del crecimiento del alojamiento, conforme a la evolución de la demanda; y que en 2008 tenía que revisar la ordenación propuesta, para acomodarla a los resultados y las circunstancias. El Gobierno autonómico surgido de las elecciones de 2003, tras algunos movimientos iniciales, de carácter organizativo y formal, dejó caer un lento y silencioso telón sobre el escenario, no se sabe si por no compartir la ordenación propuesta o por considerarla hostilmente ajena, pese a la identidad de partido, que no de personas, con el Gobierno anterior. Calladamente, las Directrices se evitaron, se ocultaron, se congelaron.
Tiempo de representación. Con las elecciones de 2007 se levantó de nuevo el telón, brillaron las candilejas y tronó la megafonía. La estructura del nuevo gobierno incorporaba una Agencia Canaria de Rehabilitación de la Planta Alojativa Turística, directamente integrada en la Presidencia y con un gran potencial político y gestor. Pero nadie apareció en escena. Perdón: apareció una gran mesa, en Fuerteventura, y un montón de gente pactando. Y en 2008 el pacto se transformó en un acuerdo entre administraciones y patronales por la mejora de la competitividad y la calidad del turismo 2008-2020. El acuerdo aporta un popurrí generalista de líneas de actuación, unos programas capitidisminuidos y un calendario de normas legales y reglamentarias que, dos años después de su suscripción, ya se encuentra ampliamente incumplido. Incluía la revisión de las Directrices (aprobación definitiva en junio de 2009), junto a un decreto regulador de la actividad turística (aprobación en marzo de 2009) o el fantasmagórico estatuto del municipio turístico (junio de 2008), comprometido desde 1995 y de nuevo desvanecido.
Tiempo de multiplicación. Durante 2009 vieron la luz dos normas turísticamente relevantes: la Ley 14/2009, de modificación de la Ley de Turismo, para adaptarla a la Directiva de Servicios; y la Ley 6/2009, de Medidas Urgentes. La Ley 14/2009, al margen de una (no tan) extraña excrecencia farmacéutica y del bautismo en masa de la amplia e ilegal oferta palmera de turismo rural, mantiene la autorización previa cuando se trata de ajustar el crecimiento turístico a la capacidad de carga de las islas. Es el título II de la Ley de Medidas Urgentes el que introduce un cambio notable en las políticas de rehabilitación y limitación del crecimiento, al pretender incentivar la renovación de alojamiento con camas. La simple rehabilitación es premiada con el 50%-100% adicional de capacidad de alojamiento; y la sustitución en áreas congestionadas, que las Directrices fomentaba con incrementos de capacidad entre el 20%-50%, las recompensa esta ley con aumentos entre el 200%-400%. Se suprimen, además, los límites al crecimiento turístico para La Palma, La Gomera y El Hierro, así como para una nueva figura, el hotel escuela de cinco estrellas gran lujo.
La inflación de camas asociadas a la rehabilitación no es un problema de purismo sostenible, sino de economía. El premio en número de camas beneficia al propietario especulador, al generar un desmedido aumento del precio de los establecimientos más degradados y sin capacidad de rehabilitación autónoma, que pasan de valer lo (poco) que son a lo (mucho) que pueden llegar a ser, imposibilitando su adquisición por un tercero con voluntad y capacidad de rehabilitarlos, tal como planteaban las Directrices. El crecimiento en camas de calidad es otro viejo y persistente discurso. La paralización cautelar del crecimiento turístico, en 2001, tanto por el primer Decreto como por la ley de medidas, eximieron de límite a los establecimientos hoteleros de lujo. Las Directrices limitaron este eventual crecimiento, entre 2003 y 2006, a 3.600 plazas anuales (el 1% de la planta legal existente) y la Ley de Medidas Urgentes vuelve a liberalizarlo.
La llegada de turistas extranjeros, estancada desde 1999, cayó en 2009 al 80,4%, respecto al año 2001 (total de visitantes -nacionales y extranjeros- por año = 100%). Aún sin contar el annus horribilis, la demanda ha ido disminuyendo inexorablemente respecto al año 2001, desde el 98,4% en 2000 al 91,7% en 2008. Entre tanto, la oferta de alojamiento legal creció el 18,3% entre 2001 y 2007. En Lanzarote y Fuerteventura, las islas que, según el Parlamento, podían haber alcanzado en 1999 el límite de su capacidad de carga, aumentó el 34,5% y el 51,7%, respectivamente. El crecimiento cuantitativo, por lujoso o rehabilitado que sea, incrementa el desequilibrio entre oferta y demanda y, siguiendo a Darwin, afecta a los más débiles, acelerando su proceso de degradación, que no su evolución ni su extinción. Los apartamentos u hoteles de menor categoría y nivel de servicios, algunos devenidos en infraviviendas, contagian su creciente degradación al espacio en que se ubican y, en última instancia, a la globalidad del destino turístico.
Tiempo. La crisis financiera y la explosión de la burbuja inmobiliaria, en vez de hacernos reflexionar y actuar en consecuencia, han aumentado tics insostenibles: que el cemento provoca crecimiento económico estable y duradero y que el talento sirve para dosificarlo adecuadamente con agua, arena y grava para elaborar hormigón; que las camas, si son de calidad, no son camas; y que los inmigrantes, si son temporales, blancos y turistas, no provocan superpoblación. Hemos perdido siete valiosos y críticos años para reorientar nuestro modelo turístico. Seguimos manejando en dirección contraria, gritando que los locos son los otros, los que pretenden mantener su vehículo en el carril de un desarrollo contenido, sostenible y duradero. Quizás aún seamos capaces de retomar el discurso de la racionalidad y la sostenibilidad, de la rehabilitación y la cualificación, de las acciones en lugar de las frases. Pero hemos perdido demasiado tiempo… y seguimos sin encontrarlo.