Clark Kent ya no fuma en la rotativa

Entre la nostalgia del papel y la tiranía del algoritmo, el futuro de los medios insulares exige datos, método y valentía política

Sucedió este verano. Una tarde de sábado cogí las llaves del coche, conduje hasta uno de esos centros comerciales que imitan la vida en una calle —algún día se estudiará cómo nos dejamos encerrar en lugares que proyectan una libertad de la que huimos— y fui hasta la taquilla del cine en busca de un par de entradas para ver Elio junto a mi hijo de siete años. Al ir hacia la sala donde se proyectaba la película, en uno de los pasillos, me fijé en que para la promoción del nuevo filme de Superman la productora —además de carteles y pósteres— había reproducido unas llamativas portadas del Daily Planet en edición de papel para anunciar el regreso del superhéroe de DC Studios.

La atractiva tapa del periódico editado en la imaginaria Metrópolis me llevó, primero, a un ataque de nostalgia y, luego, a una duda razonable. Recordé, de entrada, las viejas películas de Superman protagonizadas por Christopher Reeve y al rebobinar me asaltaron las imágenes de la redacción del Daily Planet: inmensa, como las tripas de un paquidermo, llena de redactores y repleta de gente extraña —incluso diría que hasta un poco pirada—. La melancolía, sin embargo, también me trasladó a una incógnita anclada a lomos de la curiosidad: en 2025, ¿Clark Kent aún sería redactor de la edición de papel o trabajaría para la edición digital del Daily Planet? ¿Mantendría tirada impresa el periódico dirigido por Perry White? Y, sobre todo, ¿qué parte del oficio le mostrarán al público joven, el que precisamente consume este tipo de cine?

Con todas esas preguntas, una semana más tarde, cogí de nuevo las llaves del coche, conduje hasta uno de esos centros comerciales que imitan la vida en una calle y fui hasta la taquilla del cine en busca de unas entradas —además de unas roscas y cotufas (o viceversa) para mi hijo de siete años y mi sobrino— para ver la nueva película de Superman y saciar mi curiosidad. En la sala, en medio de ese ritual casi mágico que es ver un filme en la penumbra, en ese viaje colectivo a un universo paralelo en el que imaginar también es vivir, descubrí con alegría que sí, que el Daily Planet aún tiene edición impresa. Y, para mayor sorpresa, también comprobé que en el subconsciente de la historia se le daba más relevancia al papel que a la web: los padres de Clark lo llamaban para felicitarlo por colar una noticia en la portada. No en Twitter/X, en el multiverso, en Instagram o en TikTok. En papel.

A mí, como romántico del oficio, el detalle me dio cierto placer. Hay pocas cosas más bonitas que un periódico bien impreso, con un diseño atractivo y escrito con buena letra. El filme, más allá de contar las aventuras del único gran superhéroe extraterrestre —lo explica a la perfección Quentin Tarantino en boca de David Carradine en Kill Bill—, da mucho más juego. Sobre todo porque el periodismo es clave en la trama. El nuevo Lex Luthor, con más de cretino tipo Elon Musk que del villano clásico de Gene Hackman, intenta dominar el mundo con un ejército de monos-bots para inventar noticias, manipular políticos y fabricar estados de opinión en redes. ¿Les suena? Tranquilos, porque todo se soluciona: por la fuerza y el cerebro de Superman, por la lealtad de Lois Lane, por la ayuda de Mr. Terrific, por el amor de Eve Teschmacher a Jimmy Olsen y —aunque cueste creerlo— por el periodismo que, en plena catástrofe, muda del papel a la web por necesidad.

Esa transición retrata una idea que me acompaña desde hace años, cuando Cira Morote —compañera en una redacción abarrotada por miedos de jefes y dudas sobre el futuro— soltó una sentencia que enseña más que dos cursos en la universidad: “Tú dime dónde y yo hago periodismo; en el papel, en internet, en un bloque de hielo o en un bloque de hormigón.” Esa frase me acompaña desde entonces y volvió a mí al ver el desenlace de Superman: lo importante no es el soporte, sino la capacidad de contar bien la historia.

En el día a día del oficio, la esencia no cambia: hay que dar con la historia correcta. Otra cosa es el negocio, que se enfrenta a una condena: la esclavitud de Google. ¿Trabajamos para nuestros grupos editoriales o para cuatro ricos modernos que comen quinoa y beben té matcha en Silicon Valley? Basta con mirar los rankings de más leídas en cada web o la conversión de influencers en supuestos periodistas para ver la magnitud del drama. Pero vale resistir, porque habrá un día en que, antes de que el último apague la luz, los lectores volverán a buscar en la web una pizca de información potable.

Canarias, 2025: Internet manda

El último EGM analizado por 22grados dibuja un retrato rotundo: Internet alcanza casi el 90% de penetración en Canarias, con cerca de 1,8 millones de usuarios. Crece el uso “casi constante” y se consolida el móvil como epicentro de consumo. La televisión mantiene un 70% de alcance, la radio demuestra una sorprendente resiliencia con más de un millón de oyentes, y la publicidad exterior sigue fuerte. En lo social, Instagram se consolida y YouTube domina tanto en vídeo como en audio. Es decir: si un medio no está ahí, no está en la vida diaria de los canarios.

Lo que ocurre en Canarias no es distinto a lo que sufren medios nacionales: algoritmos volátiles, cambios de criterio sin aviso, caídas de tráfico en 24 horas. Un día Discover te corona; al siguiente te borra. Con los resúmenes de IA, Google se convierte no en puerta, sino en destino: responde sin necesidad de derivar clics. Resultado: menos visitas, menos ingresos, más dependencia. No es un accidente: es el sistema.

Si nueve de cada diez canarios están en Internet, resulta incomprensible que parte de la publicidad institucional siga tratándolo como canal secundario. Las campañas se diseñan más para la foto del consejero que para el impacto real en la ciudadanía. Se financia escaparate, no eficacia. Y lo digital se relega como un apéndice, cuando debería ser el núcleo de la comunicación pública en 2025.

Del análisis de redacciones consolidadas se extrae una brújula clara: publicar menos para publicar mejor, volver a la verdad y la sintaxis, reforzar la edición y construir comunidades en torno a newsletters, exclusivas, verticales temáticos y eventos. La audiencia total tenderá a caer; lo decisivo será la cuota de credibilidad y fidelidad.

En la nueva película, Lex Luthor manipula con bots y noticias falsas; parece ciencia ficción, pero es cualquier martes en Twitter. La ciudad se salva con músculos y cerebro; la democracia, con periodismo. El Daily Planet seguirá imprimiendo —y bendita sea la nostalgia—, pero en 2025 Clark Kent trabaja desde el móvil, vive en la web y cobra gracias a la confianza de sus lectores.

Porque la nostalgia vende entradas, pero lo que paga nóminas es la estrategia.

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