Alerta y educación ante la creciente violencia de género

Hace poco tiempo, muy poco, al maltrato femenino se le sacó el falso traje del morbo y se le puso el de la Historia. A partir de ahí empezó a cambiar en la consideración de la sociedad española el hecho de ser apaleada por el propio compañero sentimental. Y dejó de ser un crimen pasional, un suceso aislado o una “caída accidental”, que de todo ha habido.

Cuando era pequeña, en Telde, recuerdo oír entre susurros que el panadero del barrio le pegaba a su mujer. Era una simple materia de cotilleo, no parecía nada alarmante, a lo sumo una especie de fatalidad. “Ha tenido mala suerte con su marido”, comentaban las comadres. La mujer del panadero murió, sin llegar a los 45 años, de un ataque cardíaco. Más tarde, siendo adolescente, visité el pueblo segoviano donde había nacido una de mis mejores amigas y, cuando iba a apoyarme en el muro de una casa cerrada a cal y canto, mi acompañante me lo impidió diciéndome que nos fuéramos de allí, que le daba mal rollo aquel lugar. “Aquí vivían mis tíos, a ella su marido la amarraba a un caballo, y animado por el hijo adolescente, jaleaban al animal para que la arrastrara”, me dijo. Aquella mujer tampoco llegó a los 45 años. Otro ataque al corazón.

Ambas historias, que son la misma, han sucedido desde siempre, pero permanecían en esa invisibilidad extraña que la normalidad presta a cualquier fenómeno hasta que una bendita sequía informativa, durante unas navidades, y la sensibilidad de una redacción, la del periódico El País no hace tantos años, convirtieron a una mujer muerta a manos de su marido en noticia más allá del puro suceso. A partir de ahí cambió la historia y empezaron a verse las cosas como eran: un comportamiento repetitivo que remite directamente al poder. Y es que si te educan en la idea de que eres superior a otro, cuando llegas a la edad adulta te comportas así, no hay otro modelo a imitar. Sofocas tus frustraciones sobre el ser que te han mostrado durante toda tu vida como inferior. Así que es la educación lo único que puede marcar la diferencia, lo único que puede impedir que este tipo de sucesos se reproduzca en el futuro, una educación que evidentemente no se recibe sólo en las aulas (que también), sino sobre todo en el seno familiar y a través de los medios de comunicación, ya sea cuando éstos difunden información o cuando actúan como generadores de entretenimiento. Todo ello remite a una solución a largo plazo y estando Canarias, como lo está, a la cabeza de la violencia de género en España, se impone una sensibilidad mayor hacia los instrumentos que puedan evitar ataques y muertes, medidas en las que deben implicarse todos los niveles administrativos pero, sobre todo, aquellos creados específicamente para cuidar de la parte más sensible de la población en el caso que nos ocupa: las mujeres.

Así que no se entiende por qué el Instituto Canario de la Mujer parece no existir en los últimos meses. La que fuera su directora desde el principio de la actual legislatura, Noelia García Leal, dimitió y quienes la conocemos un poco sabemos que no es por falta de capacidad, porque es una mujer sensible al área asignada y trabajadora. Y sobre la responsable actual, en el momento de escribir estas líneas, tras varios meses en el cargo, nada se sabe, ni siquiera cuál es su opinión sobre el modo de abordar asuntos tan candentes como la violencia de género o las discriminaciones por razón de sexo, algo muy extraño en una Comunidad Autónoma donde las ruedas de prensa y las comparecencias se han convertido, más que en medio de informar, en un medio de promoción personal. ¿Será que queda muy mal enterarnos de que no se dedican medios suficientes a un problema tan urgente como los malos tratos, ocupados como estamos en defender la construcción de carreteras?

Lo que no parece es que la educación en la igualdad de oportunidades, de derechos y en el respeto mutuo vaya por muy buen camino si hacemos caso de las conversaciones oídas en una guagua cualquiera entre adolescentes, quienes parecen en muchos casos calcar roles sexistas idénticos a los que podían mostrar nuestros padres cuando no existía sensibilidad social alguna contra la violencia de género. Además, empiezan a sonar alarmas respecto al lenguaje y el comportamiento que difunden los videojuegos en este sentido (“Te atraparé, puta”) y no parece que dejar que los más jóvenes se entretengan sin que sepamos cómo lo hacen sea el camino más certero para desterrar determinados comportamientos relativos a que los hombres posean derechos sobre los cuerpos de las mujeres y por tanto se justifique cualquier comportamiento hacia ellas.

Y es que allí, inocentemente, en la salita del hogar dulce hogar, mientras mamá hace la cena y papá lee el periódico creyendo que con “ayudar en casa” es suficiente, se puede estar gestando un nuevo error futuro por lo que a las relaciones entre hombres y mujeres respecta. Erradicar este tipo de violencia (que tanto tiene que ver con todas las violencias) está en manos de todos y, de momento, son las instituciones las que deben poner los medios para proteger a las víctimas antes de que lleguen a serlo, pero también somos cada uno de nosotros, en nuestra vida cotidiana, los que debemos permanecer alerta desdeñando los esquemas culturales que nos han trasmitido determinada manera de amar. Porque el amor era otra cosa.

Víctimas de la violencia

El pasado año 2004 aumentó el número de muertes por violencia de género en toda España, pero no lo hizo en Canarias. En concreto, mientras que en 2003 eran 71 las mujeres que morían a manos de sus parejas en todo el territorio nacional, en 2004 fueron 72 las fallecidas. En Canarias, sin embargo, el número de muertes descendió. Así, si el pasado año el Instituto Canario de la Mujer (ICM) se personaba en cuatro casos de muerte por violencia de género, en 2003 lo hacía en ocho. Las cifras oficiales, siempre inferiores, señalan que durante 2003 se produjeron seis muertes por violencia de género en el Archipiélago, por sólo dos en 2004. Además, el pasado año se registraron en Canarias un total de 5.377 denuncias de mujeres víctimas de malos tratos, una cifra superior a la del año anterior, cuando se registraron 4.630 denuncias. Por su parte, el Servicio de Atención Inmediata a Mujeres Víctimas de Violencia en Canarias -de atención telefónica inmediata- recibió 29.561 llamadas desde mayo de 1999 hasta 2004. En enero de este año este servicio atendió 795 llamadas, de las que 439 se hicieron desde la provincia de Las Palmas y 356 desde la de Santa Cruz de Tenerife. De ellas, 331 fueron para solicitar información, 153 para emergencias y 262 para urgencias. Del mismo modo, los Dispositivos de Emergencia para Mujeres Agredidas (DEMA), con un servicio permanente y los demás servicios de la Administración de Justicia han atendido desde su puesta en funcionamiento a 3.664 personas. Durante el año 2004, los DEMA fueron alertados en 802 ocasiones (224 en Tenerife y 201 en Gran Canaria). Además, la Consejería de Empleo y Asuntos Sociales del Gobierno canario cuenta con un servicio de apoyo integral a la mujer a través del ICM.

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