No ocurrió en 2004, pues se había venido gestando año tras año. Pero la gota que colmó el vaso llegó en 2004 y la sociedad canaria cayó en la cuenta de que cada día éramos más gente en las islas. A pesar de los bajos índices de natalidad, en una década hemos pasado de un millón y medio de habitantes a rebasar los dos millones de población de hecho.
Las razones están claras. Dos fenómenos migratorios de sentido contrario; uno que se detiene y otro que se dispara. Durante cinco siglos, Canarias fue simultáneamente foco de irradiación y polo de atracción. Cada generación renovaba buena parte de la población. Mientras por el oeste el hambre drenaba gente hacia América, paradójicamente, por el norte otras personas encontraban cobijo en las islas. Católicos irlandeses, hugonotes franceses, europeos arrojados por los dramas continentales, gallegos y andaluces a medio camino atlántico, indios y pakistaníes en su diáspora comercial, consignatarios británicos, pescadores coreanos y japoneses, latinoamericanos aventados por las convulsiones políticas, comerciantes turcos o libaneses, turistas y guías que anclaron cautivados por el clima, hasta los retirados de la Europa del bienestar que deciden morir en Canarias.
De repente, la emigración hacia América se detiene y se revierte, con oleadas de retornados a cuyo rebufo se acogen además otros latinos. Ahora son pocos los que salen de Canarias y muchos los que vienen. Como una bola de nieve que rueda y se engorda imperceptiblemente, a nuestras islas arriba un flujo constante de africanos, latinoamericanos, orientales y europeos del este, trayendo sus formas de ser, de pensar y de vivir, dispuestos a convertirse en canarios y canarias de pleno derecho y de plena conciencia.
Canarias ha caído en la cuenta en 2004. Ya la sociedad canaria es otra. Más gente y más diferente. Las escuelas se han convertido en nuevas babeles, con decenas de idiomas. En los hospitales, la demanda de salud se multiplica y diversifica. En las guaguas, los bares, los cines, los mercados, te tropiezas y convives con ellos y ellas. En las construcciones, las obras, los hoteles y restaurantes, hasta en las tiendas, trabajan y te atienden negros, moros, latinos, europeos del este. Gente que se irá convirtiendo, bendita sea, en tan canaria como tú o tu vecino.
Esta es la sociedad canaria de 2004. Una sociedad en transición de una etapa a otra. Porque, aunque nos hayan contado que es canario todo el que pueda acreditar que lleva viviendo en Canarias cinco minutos, lo cierto es que en 2004 se han delimitado varios grupos de canarios, en función de los derechos a los que tienen acceso. Aquellos que gozan plenamente de todos, incluidos los de orden político, que pueden votar y ser votados. Aquellos que no pueden votar, pero están regularizados y constan en las estadísticas. Y un tercer grupo, de número ignorado pero presumiblemente importante, que sin derechos reconocidos, pesan sobre todos los servicios comunitarios locales: sanidad, educación, transporte, vivienda, alimentación, seguridad…
Estos grupos y subgrupos en que se compartimenta la sociedad canaria en 2004, se miran un poco de reojo, pero están condenados a entenderse y a integrarse. Resulta interesante examinar la evolución de este fenómeno. La llegada a Canarias de forasteros ha sido habitual a lo largo de los cinco siglos de su historia europea. Pero se trataba de un aluvión pausado y, principalmente en el siglo XX, tenía una característica peculiar: eran grupos económicamente autosuficientes, en el sentido de que sus medios de vida eran específicos, diferenciados de los canarios. Los indios y pakistaníes, en sus propias estructuras comerciales, trataban con la población local, pero el fuerte de su negocio era la población de paso, no canaria. Los peninsulares, militares, funcionarios, vivían de sus propios puestos. Los retirados europeos, se mantienen de sus propias pensiones, de origen externo. El personal de los dispositivos de recepción de turistas, ha dependido de su relación laboral con el exterior. Es decir, estos conjuntos poblacionales organizaban sus vidas, en cierto modo, al margen de la realidad local y podían, de hecho lo hacían, mantenerse en sus burbujas particulares, sin mayor relación con la sociedad canaria.
Vocación de integración
Llega 2004 y la situación ha evolucionado. En los grupos ya asentados, la permanencia y la transformación generacional propician el contacto con el hecho local. La existencia en Canarias de los contingentes de nueva población depende de su relación con la sociedad. El concepto de que la condición ciudadana se adquiere por vivir y trabajar en el territorio, cobra pleno sentido en este contexto. La razón de la presencia de estas personas en el archipiélago es laboral. Están aquí porque han encontrado trabajo aquí, con independencia de toda otra consideración y, en principio, aquí se quedarán mientras puedan seguir trabajando.
Por tanto, la vocación de estos inmigrantes es la de integrarse, convertirse en ciudadanos canarios plenos y, en la práctica, ello va a ser una realidad absoluta en la próxima generación: un escenario que no va más allá de los dieciocho años. Los hijos y las hijas de estos inmigrantes tendrán todos los derechos civiles. Esta cuestión irreversible, podrá ser positiva o, como afirman algunos agoreros, negativa. Todo depende de la disposición de la sociedad isleña para integrar con naturalidad a estos colectivos y fundir sus respectivas culturas con la nuestra. Canarias ha sido históricamente capaz de hacerlo, pero a un ritmo sensiblemente más pausado y en ausencia del componente que supone la potencial visualización del emigrante como competidor o agresor.
Esta es la incógnita de 2004, cuya resolución condiciona todo el futuro de las islas. La sociedad canaria, con mayor o menor consciencia, está sintiendo que la inmigración es una realidad ya inevitable. Nuestro desafío inmediato es si en Canarias podremos potenciar los aspectos positivos del fenómeno migratorio, integrando a estos nuevos canarios y nuevas canarias, aprovechando su enriquecedor aporte cultural y demográfico, dándoles la oportunidad de ser ciudadanos. O si, por el contrario, permitiremos que los sentimientos irracionales xenófobos y la incapacidad para asimilar a estos seres humanos lo conviertan en un problema de consecuencias gravísimas.