El cine canario encuentra una pálida luz al final del túnel

Ha llovido mucho desde que José González Rivero filmara ‘El ladrón de los guantes blancos’ (1926), oficialmente el primer título cinematográfico canario y clave para intentar comprender las constantes de una industria que no ha terminado por cuajar en el Archipiélago. Ahora, con apoyo oficial, el cine canario empieza a ver una pálida luz al final del túnel.

La industria cinematográfica no ha explotado en Canarias y las razones son varias. La falta de confianza de las instituciones y el problema de las inevitables distancias han imposibilitado el desarrollo de un tejido cinematográfico para dar salida a la cada vez más inquieta producción cinematográfica canaria. Las islas, eso sí, han servido en innumerables ocasiones como plató de rodaje de grandes producciones (Moby Dick, Hace un millón de años, Enemigo mío…), así como también de escenario para que cineastas locales o peninsulares nos contaran su historia. Pero llama la atención, si se analiza comparativamente con otras comunidades autónomas, los esfuerzos en muchos de los casos titánicos que se han realizado para rodar largometrajes en estas tierras. Y aunque es verdad que los títulos resultantes no pasarán a la historia del cine (Tirma, Mara, El reflejo del alma y Alma Canaria, entre otros), sí ponen de manifiesto las posibilidades cinematográficas que un puñado de iluminados vieron en el archipiélago, tras la solitaria experiencia de Rivero en el año 26.

Si hoy se puede hablar de cine canario, o mejor del cine que ruedan cineastas canarios en las islas, se debe en gran parte a la irrupción a principio de los ochenta de los hermanos Teodoro y Santiago Ríos con Guarapo, película que cristalizó las ilusiones de un puñado de realizadores que a finales de esa misma década comenzaron a probar suerte en el cortometraje. Directores como Javier Fernández Caldas, Miguel Ángel Toledo, Elio Quiroga, Ramón Santos y Andrés Koppel, entre otros, fueron así los responsables de sentar las primeras bases de una pequeña industria que comienza a salir al exterior y, lo que es mejor, a ganar premios en diferentes certámenes nacionales. El espaldarazo definitivo se produjo cuando el tinerfeño Juan Carlos Fresnadillo presenta Esposados, que aún hoy continúa siendo el cortometraje más premiado del cine español y el primero que compitió en esta categoría a los Oscar de Hollywood.

La presencia de una película canaria en la que está considerada como la Meca del Cine obligó a que el Gobierno de Canarias comenzase a plantearse en serio la idea de apoyar la producción cinematográfica canaria a través de subvenciones y a ampliar sus horizontes. En 1993, y a través de la Film Commission, se trató de asesorar a la empresa pública Saturno en la promoción de las islas como plató cinematográfico. Paralelamente, y con el fin de unificar posturas en el sector, se constituyeron diversas plataformas que como la PAC (Plataforma Audiovisual Canaria), la AEPAC (Asociación de Empresas de Producción Audiovisual de Canarias) y la ACEPA (Asociación Canaria de Empresas de Producción Audiovisual) no cuajaron, principalmente, por fuertes divisiones internas. Eso sí, aprovechando el capítulo dedicado a la televisión autonómica y gracias a la Consejería de Turismo (¡!) se pudieron rodar, sin embargo, los largometrajes Mambí, Mararía, La isla del infierno y en Algún lugar del viento.

Tras el regreso de las competencias a la Viceconsejería de Cultura, este organismo crea una Comisión del Audiovisual que asume el reparto de las subvenciones y que ha ayudado al estreno reciente de títulos como Hombres felices, Rosario Miranda y Autorretrato. Además, en los últimos años se ha producido una importante implicación de la TV Canaria, que ha fomentado la producción cinematográfica a este lado del Atlántico. En 2004, la Comisión ya otorgó casi un millón de euros a una veintena de proyectos que fueron presentados, entre otros, por buena parte de esa generación de cortometrajistas que acariciaron a mediados de los noventa el sueño de rodar películas en Canarias, lo que hace augurar que 2005 será el de una buena añada cinematográfica, al tiempo que se consolidan los cimientos de una industria cultural que cuenta, además, con el valor añadido de promocionar a las islas. La apuesta de la actual viceconsejera de Cultura, Dulce Pérez, parece que va por este camino. Habrá que esperar y comprobar si no se trata de otra oportunidad perdida.

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