Canarias también paga en el terreno literario el coste de la insularidad. Existe un centralismo editorial que controla la red del libro y éste no atiende siempre a una cuestión de calidad. Y las islas son un espacio periférico que, pese a las dificultades de distribución y comercialización, mantiene un notable nivel literario.
Que la historia sea la que cuente, en este primer y largo párrafo, la importancia y miseria de la literatura escrita en Canarias. Diría que en el primer tercio del siglo XX hubo una continuidad literaria que sólo pudo interrumpirla el zarpazo inhumano de la Guerra Civil. Después del conflicto se extiende un inclemente desierto cultural. Transcurren así tres décadas en agónica resistencia hasta que surge, a comienzos de la del setenta, el boom de la narrativa canaria. El novelista se situaba como autor, que es como decir que pasaba a ser un factor más en el sistema de las relaciones socioculturales. Autores y lectores alcanzaban por fin un punto de encuentro y de acuerdo. Hubo oportunidades para que se sumasen poetas y dramaturgos a esta sorprendente coyuntura. La obra literaria trascendía el mero hecho artístico y establecía una relación casi ideológica entre el escritor y su público. Pero para conseguir que lo ideológico penetrara en lo literario tuvo que darse una serie de condiciones. La literatura sólo consiguió mostrar su fortaleza cuando se vio arropada por un público expectante y curioso por conocer su realidad más inmediata; esa literatura cobró fuerza cuando nacieron sobrias editoriales privadas e institucionales que orientaron su producción hacia temas de contenido canario; la atención al libro permitía el movimiento de obras literarias bien acogidas en librerías y, después, atendidas y promocionadas mediante reseñas en las páginas literarias de los diversos periódicos y revistas. La literatura acrecentó su importancia cuando instituciones de carácter privado le imprimen nueva fuerza mediante la creación de certámenes literarios. Todo este conjunto de factores supuso la constitución de unos sólidos fundamentos y un inusitado avance en el reconocimiento de obras y autores. Sin embargo, a partir de 1976, el ya descrito fenómeno literario del boom entra en declive. Los nuevos escritores que asoman en los años ochenta procuran mantener o prolongar aquellos factores ya referidos. No obstante, el interés va decayendo y arrastrando en esa caída las manifestaciones literarias que continuarán prodigándose en la siguiente década del noventa y, cómo no, en los años primeros de este siglo XXI.
¿Por qué se alude al último tercio del siglo XX para comentar la situación actual de la literatura? Pues porque, a veces, los motivos se descubren mediante el contraste. En aquella década de los setenta aún no es perceptible el proceso de mercantilización de la literatura. Esa carencia permite un cierta capacidad de maniobra en el reducido y parco espacio editorial de Canarias, pobremente dotado a pesar de la vigorosa producción. Pero, hoy, en el estado liberal capitalista, el libro tiende a convertirse en producto de consumo y, consecuentemente, ha de plegarse a las leyes de la oferta y la demanda. Unas leyes que, precisamente, pueden ser impuestas por el potente dispositivo empresarial y económico que detentan las grandes editoriales radicadas en la Península. Existe un centralismo editorial en cuanto que ese tipo de industria controla la red del libro de cabo a rabo: decide el género y tema vendibles, elige al escritor que le garantice más ventas, promociona sus ediciones en los medios de comunicación; acapara el circuito de la distribución y hasta la mejor plaza en la mesa de novedades de las librerías; los críticos que trabajan a destajo en las revistas de libros o en los suplementos literarios se orientan hacia ese centro que acapara todo y a todo magnetiza de manera inevitable. Y están en su derecho de proceder así.
Las cifras de edición de libros en Canarias, de acuerdo con lo aportado por el ISBN, indican que en el año 2004 se han publicado 978 libros. Una cantidad respetable que no concuerda con la cifra de ventas de los libros literarios. No hay que entender la del setenta como una buena y excepcional zafra que se diferenciara cualitativamente de la de hoy. Este asunto no apunta a una cuestión de calidad sino de cambios sociológicos que determinan actualmente el des-acuerdo entre autores y lectores. Éstos atienden a las llamadas del libro, reclamos de los que el libro canario carece. El espacio insular, en este sentido, es un espacio periférico. No existe, salvo una contada y naciente excepción, una auténtica industria editorial que promueva y garantice sus productos. Libros de instituciones o subvenciones institucionales se hallan tan al orden del día, como dificultades tienen para su distribución por las distintas islas del fragmentado archipiélago. Con todo, y pese a todo ello, en el espacio insular se evidencia una actividad creadora que ha sabido dar expresión a un notable nivel literario.