El origen del viñedo en Canarias se remonta a los primeros tiempos de la conquista. Su introducción en las Islas, con excelentes resultados inmediatos dadas las condiciones climáticas y de la naturaleza de los suelos, propició uno de los primeros monocultivos de los que, sucesivamente, se ha nutrido nuestra economía.
La importancia del vino fue primordial en Canarias. Así, entre los siglos XVI y XVIII, los caldos isleños eran los más afamados del mundo y se servían en las mesas de las principales cortes europeas y en los virreinatos del Nuevo Mundo. Aunque en el exterior, siempre que se piensa y se habla de los productos del Archipiélago, se hace referencia al plátano, lo cierto es que son los viñedos los que ocupan una mayor extensión en nuestras explotaciones agrícolas. Otra cosa es que esa superficie se corresponda con la importancia comercial y económica del principal resultado del cultivo: el vino.
El vino canario atravesó un bache de, al menos, tantos siglos como duró su fama hegemónica. Y sólo a partir de la década de los setenta, en pleno siglo XX, comenzó a renacer del olvido y a lanzarse, con timidez, hacia su recuperación, En el entretanto, sólo una especie de chauvinismo insulareño continuaba alabando las esencias de vinos mal hechos y plagados de defectos. Ese resurgimiento -hay que decirlo- comenzó en Lanzarote, donde se registraron los primeros y exitosos intentos de incorporar nuevas tecnologías, confiando la elaboración de los malvasías de La Geria a enólogos experimentados y donde también se mimó, por primera vez en nuestra tierra, la presentación y el etiquetado de las botellas.
Después -aunque desde los años cincuenta existía una cooperativa en La Palma, en Fuencaliente, auspiciada por el Mando Militar y Económico de Canarias- fue Tenerife quien se enganchó al carro de la modernización y muchos bodegueros apostaron por la innovación y la calidad. Más tarde, en esta Isla, el papel del Cabildo Insular en estos imparables avances cualitativos resultó fundamental. En estos momentos, la mayoría de las islas de tradición enológica cuentan con vinos de calidad, que son distinguidos y premiados en catas y concursos nacionales e internacionales. Cada vez son más, por otra parte, los empresarios que se deciden a introducirse en este subsector.
Podríamos afirmar que estamos ante un renacimiento del vino canario. Aunque se trate de un auge problemático. Para empezar, en las épocas históricas de nuestros insuperables vinos, su destino era la exportación. Ahora, es, mayoritariamente, el del consumo interno. Y, aún así, mucha de la producción no tiene salida. No porque se beba poco en las islas -todo lo contrario-, sino porque existen tremendos problemas de comercialización: hay, en el mercado, una superabundancia de marcas -de micromarcas- que desorientan al posible cliente. Y las pequeñas empresas que las producen carecen de capacidad y de eficacia en la distribución y abastecimiento.
El excesivo número de denominaciones de origen -algunas, insólitas y autorizadas oficialmente sin la aplicación de criterios razonables- ni siquiera generan una competencia deseable, sino una especie de guirigay mercadotécnico que carece de justificación. Y, finalmente, los precios, que no son competitivos con los vinos procedentes de otros lugares del país, más baratos y con unos marchamos de garantía que algunos de los nuestros no pueden ofrecer. Muchas veces, admitámoslo, se consume vino del país por puro patriotismo. A todo ello hay que añadir que, en lo que se refiere a los vinos a granel, los que se despachan en los populares guachinches, continúan dándose, habitualmente, casos de fraudes intolerables, y que, en general, los caldos elaborados con las uvas más comunes en nuestros campos -listán y negramoll- han alcanzado su techo en lo que a posibilidades de progresión cualitativa se refiere.
La incorporación, a nuestros viñedos, de uvas mejorantes procedentes de otras latitudes -que, en poco tiempo, adquirirían su propia personalidad diferenciada, en base a las características del terreno y del clima-, tales como la shirá, el cabernet o el merlot, parece un reto que es preciso asumir cuanto antes. Pero a ello se oponen algunos viticultores por motivos verdaderamente inexplicables. Nadie pretende que la incorporación de esos varietales -que ya se están usando con frecuencia, aunque no aparezcan en los contraetiquetados- sea obligatoria. Pero sí que quienes estén dispuestos a investigar y a innovar con estas uvas puedan hacerlo sin tener que ocultar sus experimentos.
Tacoronte-Acentejo. Datos
La denominación de origen Tacoronte-Acentejo es la más importante de Canarias y la que tiene una mayor tradición. Cuenta con un total de 1.732 hectáreas de viñedo, mil más que en 1992, cuando quedó organizada con una superficie cultivada de apenas 650 hectáreas. A la par que ha ido creciendo el territorio dedicado al cultivo de la vid, también ha ido aumentando el número de viticultores adscritos a esta denominación de origen. De este modo, los 725 socios que había en 1992 han pasado a ser 2.340. Tacoronte-Acentejo tiene, además, 52 bodegas embotelladoras y el pasado año obtuvo 1.798.573,49 kilogramos de uva, algo menos que en 2003, cuando se recogieron poco más de dos millones de kilos. Aunque en cantidad, la peor cosecha de los últimos años fue la de 2002, con 960.000 kilogramos de uva, un año que cerraba el declive iniciado el año anterior. Estas dos cosechas siguieron a la mejor que ha tenido esta denominación de origen en calidad y cantidad, y que fue la de 2000. Ese año se recogieron 2.717.000 kilogramos de uva y la añada fue considera muy buena, calificación que también obtuvo la del pasado año. La producción en litros durante 2004 fue de un total de 1.400.000 y se comercializaron 1.700.000 botellas, de las que un 1% fueron al extranjero.