Escribo estas líneas más con un cierto sentido intuitivo que con un verdadero rigor sociológico. Aunque las intuiciones que voy a exponer están corroboradas por la praxis eclesial de cuantos nos sentimos Iglesia. Digamos de entrada que la población en Canarias ha crecido notablemente en estos últimos años. Nuestras Diócesis se acercan ya al millón de habitantes cada una y estos habitantes están esparcidos en las diversas islas. Por otra parte, la sociedad canaria está hoy marcada por un notable desarrollo económico, que ha hecho de nuestras tierras, por primera vez en su historia, tierras de inmigración a las que ha acudido un número significativo de inmigrantes que hoy le dan un especial color y una especial característica.
Desde otra perspectiva, la sociedad en Canarias es notablemente más amplia que la porción de canarios a los que llega el trabajo de la Iglesia. Es verdad que muchos a los que no llega el trabajo de la Iglesia se sienten interiormente filocatólicos y están abiertos a la misión de la Iglesia. Y aunque ésta no alcanza sino a unos cuantos miles de practicantes, no faltan los así llamados cristianos no practicantes, que están más que abiertos a la posible acción de la Iglesia…
Es verdad que todos los habitantes de Canarias, incluidos los católicos practicantes, están afectados por el laicismo social que es propio de Europa. Ese laicismo del que el Papa Juan Pablo II hablaba en su Exhortación Apostólica La Iglesia en Europa, con estas palabras: “En el continente europeo no faltan, ciertamente, símbolos prestigiosos de la presencia cristiana, pero éstos, con el lento y progresivo avance del laicismo, corren el riesgo de convertirse en mero vestigio del pasado. Muchos ya no logran integrar el mensaje evangélico en la experiencia cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la propia fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el proyecto de vida cristiano se ve continuamente desdeñado y amenazado; en muchos ambientes públicos es más fácil declararse agnóstico que creyente; se tiene la impresión de que lo obvio es no creer, mientras que creer requiere una legitimación social que no es indiscutible ni puede darse por descontada” (E i E 7).
También es verdad que ese laicismo social, presente en todas las capas de la sociedad canaria, como lo está en toda las capas de la sociedad europea, se encuentra hoy acentuado e impulsado por el laicismo del Gobierno Central que camina por unos derroteros que tienden a minusvalorar lo religioso, especialmente lo católico, y se orienta por caminos que niegan o dificultan más que notablemente la dimensión religiosa –católica- del hombre y de la misma sociedad. Frente a esta sociedad, la Iglesia Diocesana de San Cristóbal de La Laguna se presenta hoy, gracias a Dios, como una Iglesia viva, dinámica, misionera…
Nuestra Diócesis se presenta hoy como una Iglesia viva. Bendecida por Dios en grandes capítulos centrales de lo que ella es y está llamada a ser o en grandes pilares que la sostienen. Pensemos en las vocaciones al sacerdocio diocesano que, gracias a Dios, se han mantenido en un nivel más que aceptable y han permitido la presencia institucional de la Iglesia en no pocos barrios carentes antes de ella, así como elevar la cualificación del clero a través de no pocos sacerdotes que han podido estudiar y graduarse en distintas Universidades de la Iglesia.
Pensemos en la vida contemplativa cuyas comunidades se han extendido en nuestra diócesis, como es el caso patente de las Carmelitas Descalzas en El Sauzal, las Dominicas en El Hierro y los monjes del Verbo Encarnado en Güímar. Pensemos en el equipamiento de nuevos templos y locales parroquiales en muchos lugares carentes antes de ellos, así como el de nuevas casas rectorales o en casas rectorales rehabilitadas. Pensemos en la presencia de la Iglesia Católica en los medios de comunicación social a través de publicaciones como Iglesia Nivariense o medios televisivos como Popular Televisión, además de la emisora COPE, propiedad de la Iglesia, y en la relación cercana con otros medios de comunicación que no son propiedad de la Iglesia. Pensemos en los centros diocesanos de formación cristiana que podemos ver hoy simbolizados en el Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias Virgen de Candelaria, en su sede de San Cristóbal de La Laguna. Pensemos, finalmente, en el funcionamiento regular de los diversos organismos necesarios en el desarrollo de una Iglesia Diocesana: Consejo Presbiteral, Colegio de Consultores, Consejo Diocesano de Pastoral, Consejo de Asuntos Económicos… No es difícil sacar la conclusión de que, gracias a Dios, nuestra Iglesia Diocesana está viva.
Tampoco es difícil descubrir que estamos ante una Iglesia dinámica… Baste pensar en un acontecimiento pasado como fue el primer Sínodo Diocesano de la Iglesia Nivariense o, por poner otro ejemplo, en los Encuentros en la Cultura y en los Congresos de Diálogo Fe-Cultura que se vienen manteniendo en la Diócesis desde hace catorce y dieciséis años respectivamente. Finalmente, estamos ante una Iglesia no sólo viva y dinámica sino también misionera. Pensemos en la visita misionera a todos los hogares de la Diócesis con ocasión del año 2000, bimilenario del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. O pensemos también en diversas reflexiones que se están haciendo, tanto en el Consejo Presbiteral como en el Consejo Diocesano de Pastoral, sobre la necesidad de impulsar el primer anuncio en nuestra sociedad. Todo ello, con otras señales que podrían darse, nos está hablando de una Iglesia dinámica no parada ni estática, sino plenamente misionera, atenta a fenómenos recientes y complejos como el de la inmigración, sobre el cual se está reflexionando intensamente.
Sociedad e Iglesia en nuestra Diócesis de Canarias… Se podrían decir muchas cosas más. Valga, sin embargo, lo dicho para una primera aproximación, sincera y realista.