¿El futuro se llama blog?

Uno de los éxitos periodísticos más resonantes que he tenido en mi vida (si es que éxito y periodismo son palabras que pueden juntarse) ocurrió un mediodía de 2007 en Cartagena de Indias, Colombia, cuando el ex presidente norteamericano Bill Clinton entró en la sala donde rendían homenaje a Gabriel García Márquez. Y de ese éxito yo no tuve la culpa.

Ese día, Bill Clinton no iba a hablar; iba a aparecer, y lo hizo, ahí estaba, con su traje gris, su cara rojísima. El estruendo de los aplausos fue apoteósico; aplaudía incluso García Márquez, cuyos ochenta años estaban celebrando allí sus amigos y muchos de sus lectores, en medio del congreso de la Lengua Española. Se sabía que Clinton iba a venir, pero el misterio que rodeaba la precisión de su presencia se parecía al que precede, según la leyenda, todas las apariciones de Fidel Castro. Finalmente, el hombre se hizo carne y habitó entre nosotros, y entró además por donde yo estaba sentado, tomando apuntes del desarrollo de aquella sesión encomiástica.

Recuerdo que Clinton entró saludando con la mano a la multitud, después bajó la mano y se dedicó, con la parsimonia propia de los jefes de Estado y de los obispos, a recorrer los metros escasos que separaban su figura ahora central de la que había sido figura prominente de la sesión súbitamente interrumpida. Saludó a una negra, por cierto, y después repartió algunos parabienes, pero pasó entre las personas del cordón de seguridad como si viniera de la nada y no viera nada. Gabo estaba feliz, era en ese instante uno de los hombres más felices de la tierra, porque si algo redondeaba el agasajo era la presencia allí de tan ilustre huésped.

Se habían conocido unos diez años antes, en la zona veraniega más exquisita de Estados Unidos, Martha’s Vineyard, con Carlos Fuentes y William Styron, y habían estado hablando de William Faulkner y de Cervantes, y de Cien años de soledad. A mi me tocó como periodista hacer la crónica (a posteriori) de ese encuentro, y ahí encontré la rara complicidad de Gabriel García Márquez, que no suele decir ni media; pero esta vez algo le convenció y me lo contó todo, y todo luego fue corroborado por Carlos Fuentes.

Fue muy difícil entonces la comunicación con Gabo; él estaba en México y yo casualmente estaba en Extremadura; alguien en el periódico había sabido de esa reunión y me hizo el encargo: “Cuéntalo”. Claro, me lo tenían que contar. Fuentes me dijo: “Si Gabo lo cuenta, yo te lo ratifico”. Con ese compromiso puse en marcha la nota, como dicen en el Cono Sur, y llamé a García Márquez desde un rudimentario teléfono móvil. Cuando él supo que yo estaba en Extremadura se sintió tan motivado por la poesía (su verdadera pasión) que empezó a recitarme (¡hasta el final!) el Cristu benditu de Gabriel y Galán. Se acabó la batería y tuve que volver al hotel, para llamar desde allí al Nobel colombiano, que ya entonces bajó a la tierra y me dio todo lujo de detalles.

Así que Clinton quiso estar en el cumpleaños, y llegó cuando quiso, para delirio de las masas. Por aquellos días yo había iniciado una especie de blog intermitente en elpais.com, así que se me ocurrió que desde mi teléfono móvil podía enviar dos líneas para avisar a mis compañeros del periódico digital en Madrid de que esa entrada de Clinton se había producido. Y eso hice. “Clinton acaba de entrar en la sala y hasta García Márquez se levanta para aplaudirle”.

Seguramente no fue eso lo que puse, sino la noticia desnuda: “Clinton entra en el homenaje a Gabo”. Claro, el contexto estaba implícito, con lo cual eso bastaba para decirle a los compañeros qué estaba ocurriendo. Y mis compañeros decidieron que ésa era la noticia, la colocaron así al principio del inicio de la página digital de elpais.com y luego me llamaron para felicitarme. ¡Les había dado una noticia! ¡Se habían adelantado! ¡Nadie la tenía! ¿Una noticia? ¿Eso tan esperado era una noticia como para interrumpir el curso normal de la web? ¿No podían esperar a que les diera más detalles? No, ese era el periodismo del futuro. Zas, un aviso, y ya éramos los primeros.

Después de eso leí un texto de Umberto Eco sobre el futuro y el presente de los medios; concluía el semiótico italiano diciendo que todos los inventos de los que ahora disponemos se han hecho para que se pueda seguir haciendo todo como se hacía antes. Y eso es lo que ocurre. La gente cree que los blogs (y el periodismo instantáneo) no forman parte del pasado, cuando en realidad lo que ha cambiado es el soporte (el telégrafo, el teléfono, el telex, el fax, internet); lo que se dice dentro es lo que se dijo siempre. Una noticia. Y, zas, ya somos los primeros. ¿Y todo lo demás? ¿Todo lo que antes constituía una noticia? No, la noticia desnuda, déjate de verbos. A veces, por cierto, no es una noticia, pero se vende como si lo fuera; ya se irá haciendo.

Cuando a mi me dijeron que aquel telegrama había constituido un éxito empecé a pensar que se estaba cumpliendo aquel cuento de Julio Cortázar en que tres personajes discuten sobre la mejor manera de desplazarse. Y el último acertaba diciendo que lo mejor era ir caminando. Ahora, en periodismo, vamos caminando, como siempre; la diferencia es que ahora lo hacemos con tanta prisa que no daría tiempo a escucharle entero el Cristu benditu a Gabriel García Márquez. Dirías: “García Márquez se sabe el Cristu benditu”. Y los verbos que esperen.

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