‘La Gaceta de Canarias’: un sueño que se diluye

Fueron unos osados, pero eran necesarios. Faltó visión y responsabilidad empresarial, pero no ilusión y trabajo. Pretendían ocupar un espacio periodístico que todavía hoy continúa vacante en la oferta informativa que tienen a su disposición los canarios. Ese proyecto básico, entonces y ahora, para el Archipiélago arrancó en noviembre de 1989. Desde entonces y hasta su disolución actual, en La Gaceta de Canarias hubo casi de todo, pero nunca demasiada suerte.

La Gaceta de Canarias, debido a la última e irresponsable pirueta de su reciente propietario, el constructor Fernando Peña, parece haber tintado sus últimas letras sobre el papel de periódico. Esas enormes bobinas que, durante 19 años, han esperado cada día los artículos, las fotografías, las opiniones, el diseño, las formas de un periódico con auténtica vocación autonómica. Desde el pasado 10 de noviembre descansan sin paz ni esperanza. No dejaron ni que cumpliera 19 años de vida como el periódico que conocimos. Una redacción en la que muchos, bastantes, casi todos, trabajamos y que apenas ha sobrevivido a su mayoría de edad. Hay quien mantiene que cuando un periódico falta, aunque sólo sea un día a su cita con los lectores, y su hueco en el estanco es ocupado por otra publicación, ese periódico ya ha muerto.

Este rotativo fue concebido gracias a la unión de una heterogénea plataforma de empresarios, periodistas, intelectuales, profesionales libres, profesores de la Universidad de La Laguna, arquitectos, artistas, ingenieros, algunos políticos, abogados… Personas que coincidieron en la necesidad de que Canarias contara con un periódico independiente, diferente, moderno y progresista. También soñaban con un medio de comunicación que cohesionara a la sociedad canaria, sin pleitos insulares, sin campañas informativas interesadas, ni guerras cainitas. En sus inicios y bajo la bandera de ofertar un producto informativo diferente se estimuló entre sus trabajadores el reporterismo, el periodismo de investigación y la ruptura de los diseños gráficos habituales. Y se apostó, como pocas veces ha ocurrido en Canarias, por el reconocimiento del fotoperiodismo, es decir, al valor de la fotografía en el mensaje informativo de la prensa.

La apuesta tomó forma empresarial a través de Medios Informativos de Canarias SA (MICSA). Una sociedad que se constituyó gracias al aporte económico de centenares de personas que adquirieron acciones o participaciones de este sueño de un medio de comunicación nuevo; eso sí, con el aire y la tendencia que destilaba en aquellos momentos el periódico El País. De hecho, los hermanos Martín y Carmelo Rivero, entonces corresponsales de esta cabecera estatal, fueron los primeros directores de esta aventura periodística asesorados, desde la distancia, por Juan Cruz. Les siguieron, con mejor o peor suerte, y hay ejemplos para casi todo, personas como Manolo Vidal, José Manuel de Pablos, el recientemente desaparecido Adrián Alemán, Jorge Bethencourt, Enrique Rey Pitti, Andrés Chaves, Martín Marrero y Joaquín Catalán.

En el principio del fin de este sueño periodístico parido en 1989 tuvo mucho que ver, al igual que ocurre en estos días, con la ausencia de una gestión eficiente del negocio -con limitaciones- que debe y puede ser un medio de comunicación. Una de las principales fortalezas de MICSA acabó siendo su mayor debilidad y, poco a poco, algunos empresarios fueron arrebatando y acumulando las participaciones casi populares del periódico para convertir La Gaceta de Canarias en su nuevo juguete.

En todo caso, a lo largo de su historia, La Gaceta ha dado la oportunidad a centenares de profesionales de hacer periodismo en este Archipiélago. Tras la mezcla inicial de algunas plumas veteranas enganchadas a principiantes del periodismo, en 19 años este periódico ha sido una auténtica escuela de periodistas. Muchas de las redacciones de los medios de comunicación del Archipiélago cuentan hoy con profesionales, más que contrastados, que comenzaron en alguna de las distintas épocas de este periódico. Tan sólo citando sus nombres se podría ocupar todo el espacio de varios artículos como éste.

Siempre viviendo en el alambre de la desaparición, nos acostumbramos a que La Gaceta, pese a los problemas económicos, las decisiones empresariales inoportunas, los dirigentes caprichosos, las deudas, las ausencias y los atrasos, acabara sobreviviendo y cada mañana volvía a ser fiel a su cita con los lectores. Pero eso ya es el pasado. Desgraciadamente y ocurra lo que ocurra. Quizás aquel intento de compra de la cabecera por parte de PRISA hubiera cambiado su destino y, seguramente, también el nuestro. También podría haber sido que el actual acuerdo con El Mundo se hubiera convertido en el salvavidas definitivo del periódico. Pero, una vez más, un empresario arribista y farolero ha matado ese sueño.

En mis inicios profesionales, durante un año y medio respiré trabajo, compañerismo e ilusión en aquella redacción de la vieja Gaceta, ubicada en el interior del edificio-barco ideado por Carlos Schwartz que también acabó siendo derribado. Fue una experiencia definitiva para dar el espaldarazo a una vocación que me ha brindado la posibilidad de haber trabajado en las cinco cabeceras periodísticas tinerfeñas que se han editado desde mi iniciático año de 1991 hasta la actualidad. Ahora, ante su ausencia, considero necesario reconocer con estas palabras a todos los que trabajaron en La Gaceta y, especialmente, a los que han tenido que sobrevivir a su hundimiento premeditado sin perder su dignidad como trabajadores.

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