Equidad y educación

He tenido la oportunidad de escuchar a la consejera Milagros Luis Brito y a su viceconsejero en estos temas afirmar, por separado y en distintos contextos, que la equidad es una prioridad de su política educativa. Que los tiempos del café para todos se habían acabado y que cada centro educativo debía recibir recursos en función de sus necesidades y compromisos. Ahora llega el difícil proceso de definir el concepto de equidad.

Tras las declaraciones de Milagros Luis, di el crédito justo (el crédito en asuntos de política fluye aún menos que en la economía real) a la posibilidad de que tales ideas pudiesen desembocar algún día en medidas de compensación. Sin embargo, circula ya un borrador de Orden por la que se regulan las medidas para la calidad y equidad en educación. Quiero creer que estamos hablando de la misma equidad. Entre las definiciones que nos propone la RAE sobre equidad se apunta la disposición a dar a cada uno lo que merece. La sociedad tiene la obligación de ser autoexigente, de plantearse nuevos retos y objetivos que antes nadie concibió como, por ejemplo, que todos los jóvenes merecen unos niveles mínimos de educación que posibiliten el ejercicio de la ciudadanía y la construcción de un proyecto personal de vida autónomo.

Sin embargo, más de un treinta y cinco por ciento de los jóvenes canarios no consiguen ese mínimo llamado ESO. Nos separan casi seis puntos del resto de España, que a su vez, está 10 puntos por debajo que la media de Europa. Esos datos estadísticos ocultan el fondo aún más grave de esta cuestión. En algunos centros, el fracaso llega al 50 por ciento mientras en otros apenas tienen un diez. Y ese es el problema de la equidad. Producir una lata, un viaje en taxi o una operación quirúrgica tiene un coste. Diferente en cada caso y a veces difícil de calcular con precisión, pero tiene un coste. Educar a un niño para que alcance unos determinados objetivos, lo tiene también. No es lo mismo una lata de atún que una de caviar, un viaje en taxi entre Los Rodeos y La Laguna que entre Barcelona y Madrid o una operación de cataratas que un trasplante de pulmón. Tampoco lo es educar a Jonay que a Begoña.

Jonay tiene padres que se levantan temprano para ir a trabajar, han ordenado su vida (alimentación, sueño, horarios, actividades…) y la de sus hermanos desde que nació, le exigen y le motivan razonablemente, le hacen participar de actividades variadas que conjugan lo autóctono y lo foráneo, lo clásico y lo moderno, lo fácil y divertido con lo complejo y trabajoso. La familia de Jonay se mueve en un círculo en el que se usa un vocabulario rico, expresiones complejas y temáticas variadas. Se consideran gente normal pero no lo son. Están por encima de la norma. No sabemos si a Jonay le irá bien con sus estudios o en la vida. Pero tal y como están las cosas ha nacido con un buen pan bajo el brazo.

Begoña vive sola con su madre, algunos dirían que realmente vive con sus abuelos porque su madre sale de trabajar como reponedora de supermercado o de cualquier otro trabajo sin cualificar a las y pico de la noche. A esa hora acompaña un rato a su madre y a la pareja que tiene en ese momento y que cambia recurrentemente mientras ven tele de adultos en la cocina, lo hace desde que tenía cinco años y jamás se acuesta antes de las doce. Su vida transcurre en el barrio, pasa todas las tardes en la calle sin realizar una actividad concreta y, eso sí, jamás sale de él. Nunca ha subido en avión o barco, no sabe lo que es el senderismo o un concierto. En su casa no se usan más de ciento cincuenta palabras distintas, conjugadas en estructuras simples como el helio o directamente incorrectas. Y siempre gritando. Se consideran gente normal, pero no lo son. Están por debajo de la norma. No podemos asegurar que a Begoña le irá mal con sus estudios o en la vida. Pero tal y como están las cosas lleva el tres de copas y pintan bastos.

¿Cuánto nos costará, en euros, conseguir que Jonay o Begoña obtengan como merecen su título de la ESO? No lo sabemos. Hay algo de verdad estadística que resulta absolutamente inútil en esa respuesta. ¿Realmente no lo sabemos?

La naturaleza indeterminada de los seres humanos nos dice que es posible que Jonay el afortunado se destroce la vida enganchado a drogas ilegales, dando tumbos de malempleo en peor, padre precoz e inmaduro, incapaz de articular relaciones afectivas de calidad, ignorante de las claves históricas o políticas que explican su vida y su época, a merced del viento de cuanto listillo vendedor de humo hay en esta sociedad. No es menos cierto que Begoña la desafortunada puede acabar siendo la neurocirujana que repare, al fin, mi última neurona. Mujer culta y cultivada, capaz de repartir juiciosamente su tiempo entre su familia amorosamente planificada y atendida y una abnegada ONG. Conversadora amable, telespectadora exigente, votante con criterio y ecoconsumidora.

Sin embargo la realidad es obstinada y al final, en el reparto de vidas futuras, oficios y nóminas que afecta a nuestros jóvenes alumnos parece que todo es como en las verbenas de pueblo, donde siempre acaban bailando los mesmos con las mesmas. ¿Qué tiene que ocurrir para que las begoñas se conviertan en jonais? Pues básicamente tendremos que gastar dinero, mucho dinero, en ellas para compensar lo que les separa. No creo que sea relevante la apostilla habitual de los de que ejerciendo la resistencia dicen que hay que gastarlo bien. Obviamente, siempre hay que gastar bien el dinero público.

¿Por qué vamos a gastar más dinero público, que es de todos, en alumnado que casi nunca muestran interés por trabajar o estudiar?

Uno. Porque la neuropsicología y concretamente desde la programación neurolingüística demuestra con evidencia científica que a determinadas edades aprendemos, o no, a dominar emociones negativas que condicionan el interés por trabajar, la voluntad o las expectativas positivas sobre el propio futuro o el de los demás. Esas habilidades sociales o emocionales (por ejemplo, tener interés por estudiar) no se eligen, sino que forman parte del esquema de relaciones que cada uno ha aprendido con sus experiencias y que sólo se modifica, especialmente en los primeros veinticinco años de la vida, con experiencias más enriquecedoras. Para reforzar el argumento, estos cambios conductuales provocan cambios cerebrales, o lo que es lo mismo la educación emocional y en valores permanece, frente a la levedad del conocimiento lógico.

Dos. Por un inmenso catálogo de razones morales que apuntan a la justicia, la redistribución de los recursos y el poder o el derecho humano a la búsqueda de la felicidad. Sin embargo, este es un terreno personal e intransferible.

Tres. Para quienes desconfían o reniegan de los argumentos anteriores existe otro frente. Cada fracaso escolar puede añadir un cliente más a la ruleta del gasto social: pensiones no contributivas, ayudas familiares, sobreesfuerzo sanitario por mala higiene, consumo de tóxicos, ETS, gasto penitenciario, prestaciones por desempleo cronificado… Mientras la inversión extraordinaria para educación puede durar unos pocos años, el gasto social lo es para toda la vida, ¡y no es metáfora! La economía de la equidad es sencilla, a largo plazo pero sencilla. Un presidiario cuesta 54,79 euros al día o lo que es lo mismo 20.000 euros cada año. Un paciente de la unidad de desintoxicación 253,29 euros al día, más de 7.500 euros por superar un mono. Las omnipresentes unidades de Trabajo Social, ni les cuento.

El oficio de educador es ingrato. Pasados los años, siempre llega la madre del jonay de turno que, entusiasmada, nos explica cómo su hijo se merece lo que tiene (trabajo, coche, familia, visa, adosado y discurso políticamente correcto) porque desde pequeño ha trabajado mucho y lo mucho que le querían y le ayudaron sus profesores y que lo que ocurre es que ya no hay cultura del esfuerzo ni se valora la excelencia. Y ya saben, tendrá su punto de verdad estadística –pero absolutamente inútil– con su idea de que existen los hombres que se han hecho a sí mismos. Nosotros sabemos que si ese ejemplar de selfmademan existe, no se llama Jonay, se llamará Begoña y alguien invirtió, contra todo pronóstico, mucho esfuerzo en ella. Pero no suele pasar.

Si Milagros Luis Brito, su viceconsejero de Educación o el sursuncorda en su momento apuestan cual robinjud por la equidad y quitan en el allí de los jonais para ponerlo en el acá de las begoñas (que sólo los ingenuos piden un multiplicador de panes y peces), porque ambos merecen educación, encontrarán opositores, puede que incluso ruidosos opositores, que pidan café para todos. Pero también seremos unos cuantos los que nos importará un bubango el color de su partido si se muestran como políticos valientes y decentes que apuestan de verdaddelabuena por la equidad. Cueste lo que cueste, que la equidad barata es como el jamón York. Ni es jamón, ni es deYork.

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