La amenaza de los megaincendios

No fue el de La Palma, en el verano de 2009, el peor incendio que ha registrado Canarias, ni mucho menos. Pero sí el que obligó a una de las mayores evacuaciones que se recuerdan. Alrededor de 4.000 personas, principalmente de los municipios de Mazo y Fuencaliente, tuvieron que ser trasladados al polideportivo de Mazo y al acuartelamiento de El Fuerte, donde fueron atendidos por personal del Servicio de Urgencias Canario. Y eso le dio otro carácter al incendio.

La pesadilla había comenzado el 31 de julio y la principal hipótesis del origen del fuego, hoy todavía en manos de la Justicia, abrió un fuerte debate social sobre hasta qué punto la irresponsabilidad de varias personas podía afectar a tantas otras, incluidos sus bienes. Tres meses después, el juzgado de instrucción número 2 de Santa Cruz de La Palma imputaba a tres personas por un presunto delito de imprudencia. La Guardia Civil los acusó de lanzar los fuegos artificiales de las fiestas del pueblo, algo que estaría detrás del inicio del incendio en Tigalate, dentro del municipio de Mazo. Dado por controlado el incendio seis días después, las llamas afectaron a 2.700 hectáreas, causaron la muerte de 600 animales domésticos, afectaron a decenas de viviendas, movilizaron a 600 personas, cinco helicópteros, dos aviones, la Unidad Militar de Emergencias…

Aparte, la ceniza se juntó con el shock vivido aquellos días por los palmeros. Para la posteridad quedarán las imágenes de Saúl Santos, publicadas en los diarios de medio mundo y en las que las llamas amenazaban peligrosamente su casa de Fuencaliente; o ahí quedaron los impactantes vídeos regados por internet de una situación dramática que se quedó en un gran susto gracias a que el tiempo mejoró y el viento apagó lo mismo que había propagado. ¿Qué quedó como principal lección? Que tras los incendios devastadores de años anteriores en Tenerife, Gran Canaria y La Gomera, así como de este de La Palma, puede estar el calentamiento global, una teoría que empieza a extenderse entre los expertos de todo el mundo. Algunos técnicos los empiezan a llamar megaincendios.

Sólo diez días antes del siniestro de 2007 en la corona forestal del norte de Tenerife, un curso de extensión universitaria organizado por el Cabildo de El Hierro y la Universidad de La Laguna ya abordó el problema con una precisión en el título de la conferencia que ahora se antoja premonitoria: Los efectos del cambio climático en Canarias y los incendios forestales. Como también sucedió cuando, sólo dos meses antes, los principales expertos del mundo recomendaban en las conclusiones de la Conferencia Internacional sobre Incendios Forestales, celebrada en Sevilla, “que se apoyen a todos los niveles los programas de investigación científica sobre las consecuencias del cambio climático en el manejo del fuego”.

Las temperaturas extremas, los fuertes vientos y una consecuente sequedad récord incrementan el carácter explosivo de los fuegos en verano, sobrepasan los operativos de extinción y hacen de un pequeño foco un desastre ecológico enorme. Los últimos registrados en las Islas, incluyendo el de El Hierro de principios de septiembre de 2006, serían los primeros megaincendios de la historia de Canarias. Los mismos profesionales, operarios y vecinos afectados en La Palma en 2009 coincidieron en que nadie había visto algo semejante. Megaincendios es el nombre que algunos científicos han puesto a esta nueva generación de fuegos forestales, que ya llevan varios años castigando a Estados Unidos, Australia, la costa mediterránea europea o España, y que presentan un comportamiento que ha obligado a los expertos a replantearse las estrategias de combate.

Es otra de las consecuencias del cambio climático, que se suma a las tormentas tropicales o las olas de calor, una combinación de elementos inusuales que multiplican la capacidad de combustión de los montes. Las reflexiones han llegado, como no podía ser de otra manera, cuando el fenómeno ya estaba encima. Octavio Hernández, de Los Verdes de Tenerife, ha buceado en los últimos informes que se han divulgado sobre esta teoría. “Los golpes de calor, denominados heat-burst, se han relacionado con incendios en la costa mediterránea o en Estados Unidos. Superan los aparatos de medición tradicionales”, explica Hernández, quien añade que “la temperatura puede ascender hasta 15 grados en cuestión de minutos. Son anomalías puntuales para las que tampoco está preparada la naturaleza. La vegetación también sufre el shock de calor con una gran deshidratación. En esas condiciones, caen los porcentajes de humedad, tanto en la vegetación verde como en la seca. Al ocurrir ese fenómeno tan rápido, se produce asimismo un desprendimiento de oxígeno, que es a su vez un combustible más, un gas inflamable. El aire se quema. Si a esto le sumamos el viento, la situación se agrava completamente. Ahí el incendio vuela, los restos caen y van quemando la parte inferior, y el fuego es imparable”.

José Manuel Moreno, director del Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad de Castilla-La Mancha, asegura en un estudio presentado en la reciente Conferencia Internacional sobre Incendios Forestales que “durante el siglo XX, el índice de peligro de incendios ha subido en España con el aumento de temperaturas experimentado. La proyección de estas situaciones de cambio climático sobre los índices de peligro utilizando distintos escenarios y modelos de circulación general indican que el índice medio de peligro aumentará en toda España conforme nos adentremos en este siglo”. “El fuego actúa como caja de resonancia del cambio climático”, concluye.

Los análisis dan por sentado que la acción humana es la máxima responsable del mismo efecto invernadero, de las pequeñas imprudencias que se pagan caras, de la propia causa de las llamas, de las dificultades para hacerle frente o hasta de los usos de los terrenos forestales y sus alrededores. Lo que hace el calentamiento es disparar la amenaza. “Eventos extremos, severos, prolongados y repartidos geográficamente harán que los servicios de lucha contra incendios vean sobrepasado su nivel de máxima eficacia para el que han sido concebidos. Los ejemplos de los grandes incendios de 1994 en el Levante español, los más recientes de Portugal de 2003 o incendios como el de Guadalajara en 2005 o los de Galicia del año pasado son ilustrativos sobre lo que puede ocurrir. Escenarios con mayor número de situaciones de meteorología adversa hacen pensar en una mayor frecuencia de ocasiones en las que la lucha contra incendios sea de una dificultad máxima”, concluye Moreno.

“Los datos no pueden ser más expresivos de la absoluta especificidad de los megaincendios ocurridos”, detalla Octavio Hernández. “Con 50.000 hectáreas de base forestal, la media del último decenio en Tenerife se situaba en 536 hectáreas para el período anual de riesgo que va del 15 de junio al 15 de octubre, pero en 2007 un único incendio afectó en sólo cuatro días a cerca de 15.000 hectáreas”. Según su tesis, la cantidad de energía concentrada con el cambio climático es tendencialmente creciente y, por eso, aumenta el riesgo de megaincendios, de fuegos expansivos e incontrolados. Y eso es una novedad a tener muy en cuenta por el Comité Insular de Emergencia por Incendio Forestal. Hernández recuerda que, según el Instituto Nacional de Meteorología, en 2003 se vivió en la Península una ola de calor con temperaturas máximas muy por encima de las conocidas desde 1961, fenómeno que se daba por primera vez en Canarias en julio del año siguiente (máximas récord desde 1920 en Santa Cruz de Tenerife e Izaña).

La segunda ola de calor, otra vez en el mes de julio, esta vez de 2009, había depositado todo su peso sobre el Archipiélago cuando se desataron los últimos incendios, de los que todavía mucha gente no se ha recuperado. Se superaron los registros de temperatura máxima absoluta en el aeropuerto de Reina Sofía en Tenerife, con 42,9ºC el día 29, y en el aeropuerto de La Palma, con 38,4ºC el día 30 de julio. Al día siguiente se desató la pesadilla. La imagen del sol brillando al trasluz de las intensas columnas de humo dieron al paisaje un aire infernal. La humedad había descendido por debajo del 30% y los vientos llegaron a superar los 90 kilómetros por hora. Las primeras investigaciones al más alto nivel se están centrando en descifrar el nuevo escenario para aplicar ese conocimiento a las tareas de prevención y extinción. Una clave está, para el dirigente de Los Verdes de Tenerife, “en lo que se llama la interfaz urbano-forestal, que es la franja entre la medianía alta y el bosque”. “Es ahí donde se puede acumular la mayor concentración de biomasa seca (pinocha, zarzales, restos de helechos…) que se convierte en el combustible potencial para un incendio y es ahí donde muchas veces arrancan los fuegos. Se supone que los equipos también están preparados para actuar en esta franja, pero las nuevas circunstancias requieren nuevas tácticas”.

Cambio climático… y demográfico

La preocupación late cada vez más fuerte en las conferencias internacionales. Los especialistas evalúan los peligros globales y denuncian en sus conclusiones que, además del cambio climático, están los cambios demográficos, el abandono del medio rural, la pobreza generalizada, el desempleo, conflictos sobre el uso de la tierra, los cambios en el uso de la misma, los costes crecientes de la extinción o la expansión de la interfaz urbano-forestal. Para ellos, urge que la comunidad internacional trabaje para desarrollar una estrategia a escala global en la que las regiones compartan los recursos, se facilite en paralelo las estrategias regionales, se establezca un marco para la normalización de las actividades de manejo del fuego, se apoye la formación de los equipos y se fomenten todos los programas de investigación científica que sean necesarios.

Las advertencias hay que empezar a tomarlas muy en serio y hay que hacerlo a una escala global porque el mismo tipo de amenaza se cierne sobre Canarias que sobre California, Grecia o Valencia. No obstante, hay expertos que no creen que nada haya cambiado extraordinariamente. Es el caso del propio director del operativo contraincendios del Cabildo de Tenerife, Humberto Gutiérrez: “Todos los años desde hace siglos, por las características específicas de las Islas, aparece el tiempo sur: temperaturas muy altas y humedad muy baja. La rareza de este incendio último radica en que a esto se sumaron vientos muy fuertes, que en algún momento puntual superaron los 100 kilómetros por hora. Es raro, pero no es del todo infrecuente. Todos los incendios de los últimos 20 ó 30 años, que es cuando se ha empezado a estudiar esta cuestión, coinciden con las mismas condiciones. Esto no es nuevo”. “No es para tanto”, sentencia.

Gutiérrez expone que “incendios ha habido toda la vida. Hay una tendencia al alza de las temperaturas, que lo que hará será incrementar el número de incendios con el tiempo. Eso hay que unirlo al cambio en los modos de vida, al hecho de que el sector primario va cada vez a menos o a la política conservacionista que tenemos ahora y que genera mucho más combustible. Lo estamos valorando todo. Si queremos monte, que es lo que parece, hay que tener claro que todo el monte no se puede tratar. Habrá que crear estrategias. Hay un montón de elementos que confluyen: los sociales, los económicos, los ecológicos, los climáticos…”.

Efectivamente, los bosques están ardiendo como ha sucedido siempre, unos años más que otros, pero ahora parece que lo hacen de una manera más incontrolada. Las olas de calor alimentan a las llamas, las llamas alimentan a las olas de calor, entre ambos factores la superficie forestal va desapareciendo y todo unido erosiona el terreno, desertiza el paisaje y multiplica el calentamiento global. Y vuelta a empezar. Es un callejón sin salida. Sólo en el Archipiélago, durante unos pocos días de los últimos cuatro años se quemaron el cuádruple de hectáreas que en los últimos nueve años, un dato demoledor. El hecho de que el pino canario sobreviva al fuego es una suerte exclusiva de las Islas, pero el pino no aguantará dos o tres incendios voraces más en un espacio relativamente corto de tiempo. Los megaincendios suben todavía más el listón. Canarias ya puede decir que lo vivió en sus propias carnes. Todavía sale humo de las heridas. De hecho, muchos vecinos de La Palma esperan todavía por las ayudas prometidas. Pero ésa es una historia para otro reportaje.

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