Canarias y la mala memoria meteorológica

En los últimos meses no ha faltado conversación que asegure que no se recuerdan olas de calor como la que sufrimos el verano de 2009, temporales de vientos huracanados como los de este invierno o lluvias torrenciales y riadas como las que hemos visto repetirse desde el Valle de la Orotava en noviembre –pasando por Tasarte, la Villa de Mazo y Fuencaliente– hasta la más reciente, la del pasado 1 de febrero, en los municipios del área metropolitana de Tenerife.

Los comentarios siempre aluden a que “no se ha vivido nada igual”. Pero la realidad nos recuerda que nos falla la memoria meteorológica. Porque estos episodios de mal tiempo se repiten con frecuencia en nuestro archipiélago. Los lemas Canarias, las islas afortunadas, el jardín de las Hespérides o el paraíso de la eterna primavera, utilizados para promocionarnos como destino turístico han calado profundamente en la sociedad. Es cierto que nuestro clima se caracteriza por ser templado y apacible, en el que predomina el tiempo estable y anticiclónico, con temperaturas medias suaves, viento flojo o moderado (casi siempre el Alisio), pocas precipitaciones y gran número de horas de sol a lo largo de todo el año. Pero también es cierto que no estamos libres de los temporales de mal tiempo, de los fenómenos meteorológicos adversos (FMA).

Un FMA es un evento atmosférico capaz de producir, directa o indirectamente, daños a la población y/o daños materiales importantes. Ocurren cuando algunas de las variables meteorológicas (temperatura, viento, lluvia, etc.) alcanzan valores extremos. Las rachas de viento huracanados en el Hierro, la Palma, Tenerife y Gran Canaria a finales de febrero de 2010 son un ejemplo de ello. Y también generan adversidades que no son directamente de carácter meteorológico, como por ejemplo la riada de lodo y piedras que se produjo el pasado 21 de diciembre en Tasarte (La Aldea de San Nicolás, Gran Canaria), que fue originada por un aguacero de tipo torrencial en la cabecera del barranco que pasa por el pueblo.

Basta con indagar en la historia climática de Canarias para encontrar que los temporales de lluvias torrenciales, de vientos fuertes, los temporales costeros, las olas de calor o las llegadas de calima no sólo se repiten con bastante frecuencia, sino que hemos padecido algunos fenómenos de este tipo de gran virulencia. No afectan por igual ni a todas las islas, ni a todos los lugares de cada una de ellas. Esto se lo debemos a nuestra gran diversidad orográfica, al complejo relieve que poseemos y a la altitud, factores que contribuyen a aumentar la intensidad de los FMA.

Breve repaso histórico

Si nos ceñirnos sólo a la última década, hemos padecido más de diez episodios de lluvias fuertes y localmente torrenciales, cinco olas de calor, numerosos temporales de vientos fuertes y entradas de calima, algunas tormentas eléctricas importantes, incontables temporales costeros y, no podemos olvidarnos de ella, la tormenta tropical Delta. Si hacemos balance de todos estos fenómenos, las consecuencias han sido irreparables y difíciles de cuantificar en muchas ocasiones; las víctimas mortales suman casi medio centenar y los daños materiales se cifran en varios cientos de millones de euros.

Las predicciones meteorológicas generales y de fenómenos extremos han mejorado notablemente en los últimos años. Se va consiguiendo mayor precisión, aunque todavía hay variables como la lluvia o fenómenos como las tormentas para los que es imposible cuantificar su intensidad con certeza, fiabilidad y con una resolución espacial y temporal óptimas. Tanto aquí como en cualquier otro lugar del planeta no es posible saber exactamente cómo será la precipitación prevista, cuánta agua dejará y en qué lugar exacto.

Si analizamos la tabla de los temporales de la última década nos damos cuenta que no nos debe extrañar todo lo que ha pasado en el último año. Al terminar el invierno 08/09, que fue frío, y sólo húmedo en el Norte de las Islas, llegó una primavera sin sobresaltos y un verano cálido con una importante ola de calor que favoreció la rápida propagación del incendio forestal de La Palma. El otoño, a pesar de los dos episodios de lluvias torrenciales (en noviembre en el Valle la Orotava en Tenerife y en diciembre en Tasarte en Gran Canaria) fue mucho más seco y cálido de lo habitual, con una temperatura media de dos a tres grados más alta que la de los últimos 30 años.

Por ello, cuando volvió el invierno, las condiciones atmosféricas propiciaron que fuera uno de los más inestables de los últimos años, con tres temporales de lluvias torrenciales, dos de vientos huracanados, varios temporales costeros y un episodio de calima sobresaliente. Los últimos meses nos han demostrado que cada vez somos más vulnerables a la meteorología adversa. Los riesgos y las amenazas meteorológicas a las que estamos expuestos no pueden ser dominados por los avances técnicos y tecnológicos de la sociedad en que vivimos. Temporales de mucha menor intensidad que los que hemos padecido durante el invierno del 2010 generan situaciones de riesgo y graves daños materiales debido a las alteraciones que hemos provocado en el medio físico en que vivimos.

No podemos dominar a la naturaleza, pero sí conocerla. Sabemos qué riesgos generan, directa ó indirectamente, los fenómenos meteorológicos adversos. Las autoridades competentes tendrán que poner manos a la obra y tomar las medidas de protección necesarias. Nosotros, la sociedad, tenemos que aprender a evitar los riesgos y debemos conocer las medidas de autoprotección que nos permiten salvaguardar nuestra integridad en estos casos.

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